Los ecos de Copérnico
Decidieron en El Quetzalteco que yo estaba muy solo en las páginas de cultura, y me han trasladado a las páginas editoriales. En realidad había estado aquí con anterioridad, con un injerto llamado “Leña para el fuego”. Pero eso antes. La idea es empezar de zero, con nuevo espacio, bautizado así: “Los tarados”.
¿Por qué “Los tarados”? Bueno, porque abundan.
Hecha la presentación, procedo a hablar de algo que me ha llamado la atención. Me refiero al encuentro de científicos nacionales que recién acaba de concluir en la ciudad de Guatemala: Converciencia 2005.
En términos locales, la investigación científica es cosa de la Marvel. La única tecnología que aquí se ha inventado es una variante de papel higiénico al que le han puesto como nombre “Auguste Comte”. Por ello la fuga de cerebros. “Fuga” es un término adecuado: los cerebros andan huyendo, como rateros. El pensamiento científico (al igual que el pensamiento religioso –que no es decir religión–) está siendo perseguido. ¿Cómo es esto? Sí, acorralado: por la negación, esa almohada. Con la negación es como se mata silenciosamente a un hombre. A un hombre que bien podría llamarse Copérnico.
Converciencia supone un gesto de extraordinaria buena voluntad por parte de todos estos científicos afincados en el extranjero, que desean circunstanciarse en el país. Y no como maximones eremíticos de una academia de poltrona, sino con el objetivo práctico (y mercadeable), hasta dónde tengo entendido, de buscar nuevas tecnologías a partir de una base local –partiendo pues de nuestras particulares condiciones. La única forma de emplazar un proyecto de esta envergadura es reconociendo que tales condiciones –nuestra especificad cultural, material, biológica– reúnen ciertas ventajas únicas, por debajo de la aparente carestía. Saludo el esfuerzo.
(Columna publicada el 9 de julio de 2005.)
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