Humus


Poc poc. Plomazos, paranoias en esa calle a veces mal iluminada: América Latina. Me refiero, naturalmente, a Mahmoud Ahmadinejad, a Irán. Todos bien asustados, ante lo que algunos no dudan en calificar de pillaje diplomático.

Se trata de una muy simple orquestación de política externa. Simple, pero poderosa. La razón por la cuál se nos hace tan rara es que no se había visto semejante iniciativa –tan abierta, permítaseme decir– por parte de ninguno de los programas islámicos hasta ahora, y América Latina se había mantenido al margen de la cruzada de los terrorismos, lo cuál derivó en abandono por parte de Washington (la última visita de Bush no fue sino una certificación de ese abandono, en realidad).

Lo cuál es tonto. Por ley pendular, tenía que darse un resarcimiento de gobiernos–lazarillos. Es en éstos es donde se da siempre –atávicamente– una rendija o puerta de entrada para las más extravagantes fantasías de guerra –fantasías, ni falta hace decirlo, que siempre saben penetrar ominosamente en los golfos de la realidad, poniendo en vilo al mundo entero. Los ya de sí defenestrados vínculos migratorios con los Estados Unidos se verán extinguidos en una salvaje pira inmolatoria de dimensiones violentas; hay que esperar una reacción muy brutal ante la posibilidad de nuevos corredores terroristas, establecidamente continentales. De momento, hay nexos tangibles con Venezuela, Bolivia, y Nicaragua. Tres países ya (y están todos esos acuerdos en la mesa, lo cuál nos priva de hablar de un mero coqueteo ideológico) en tan poquísimo tiempo.

Este reforzamiento programático servirá como humus a la hora de la guerra. Porque la guerra ya viene en camino. Todos lo sabemos. ¿Por qué habría de ser de otra manera? No se trata de meros subcomentarios; hay toda una magnetización del discurso: el contrahumus de Occidente. Si la mera sospecha de cierta clase de armas bastó para desatar la locura en Irak; ¿por qué los más que claros desafíos nucleares de Irán no servirían para una nueva hecatombe? Poc Poc.


(Columna publicada el 6 de octubre de 2007.)

Acusadoramente descalzos


Qué imagen más conmovedora: esa columna rojiza, arcillosa, oh, tan larga y más larga y solemne, en Rangún: los monjes protestando, pacíficamente. Hay que verlos acusadoramente descalzos, coléricamente blandos, violentamente pasivos, y compasivos, en un acto que incluso podría considerarse de temerario: desafiar, resistir, dar el pecho. ¿A quién? Al régimen militar de Myanmar. El lunes, unos 100,000 monjes y civiles marcharon por las calles. Una nueva marcha aconteció el martes, contra las advertencias de la junta militar. Muchos de los manifestantes han mostrado su apoyo por la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, quien es mantenida en condición de arresto domiciliario. Arrestos, muertes.

Los budistas poseen una línea extraordinaria de lucha política. El budismo comprometido cree en la acción solidaria, en la desobediencia civil, contra la imagen del monje distante y hierático y ajeno y retirado. A la cabeza, el vietnamita y siempre hermoso maestro zen Thich Nhat Hanh, quien posee la estatura de una Madre Teresa de Calcuta (e inspiró a grandes como el reverendo Martin Luther King). Fue Thich Nhat Hanh quien salió a la defensa de Thich Quang Duc, aquel monje que se autoinmoló en 1963, prendiéndose a sí mismo en llamas –y ni siquiera se movió, se hallaba en un estado de perfecta lucidez y serenidad– en acto de protesta por las disposiciones del régimen survietnamita. Muchos otros monjes del área repitieron la hazaña. También estamos familiarizados con la ardua labor del Dalai Lama por defender la integridad civil del Tibet, contra la opresión China. Por cierto que el Dalai Lama ya ha dado su apoyo a los monjes de Myanmar.

Hay mucho que los occidentales podemos aprender de Myanmar. En lo personal, estoy agradecido por la labor realizada por el maestro (indio, pero formado espiritualmente en Birmania) S.N. Goenka, que ha trascendido todas las fronteras. El patrimonio de Myanmar es nuestro también, y nos corresponde a la vez defenderlo.


(Columna publicada el 29 de septiembre de 2007.)

Carlos o el candor


La única manera de triunfar en Guatemala es brotando por virtud de generación espontánea, esto es: de la noche a la mañana, sin sentido visible de evolución.

Como Carlos Peña.

–¿Ah sí? ¿Y qué dice usted de Arjona?

Argumenta bien fuerte, para que se le escuche, un caballero.

Y en efecto: ¿Arjona? Pues Arjona lo mismo. Yo presencié cómo le tiraban chocas como shurikens en un concierto en el Colegio Alemán, siendo telonero de Alux Nahual, con esa saña–humor propia de los propios, cuando ya maleados. Lo cuál en breve siempre me resultó una anécdota arquetípica. Tuvo que desaparecer y aparecer súbitamente (creo que con el single Mujeres), y por cierto en otro país, para que aquí le empezarán a tirar pelota.

No se aventurarían los ángeles a hacer carrera en Guatemala, puesto que aquí los inteligentes son percibidos como sabihondos, los talentosos como una bola de suertudos, y los ganadores como todos unos oportunistas. Cualquier palabra que digas puede y será utilizada en tu contra. Cualquier contradicción (cuando en realidad sólo se puede crecer por medio de la contradicción: la sublevación contra lo que hay ya de muerto en uno) es tomado como excusa viva para desollarte. El cráneo de la gloria será abierto con el mazo del juicio. La crítica –ya en este contexto malsano recelo– es una estrategia psíquica para ahuyentar la esperanza. Hemos pasado por tantos amargos desengaños, que preferimos matar la esperanza, lo que se dice asesinarla, darla en holocausto, antes que tolerar una nueva desilusión.

American Idol es la manera perfecta para que un guatemalteco triunfe en Guatemala. El caso de Carlos Peña: nadie le había visto antes, tomó a los recelosos por sorpresa, y lo hizo además con un cierto candor –naïveté– desestructurante, puesto que nos recuerda a todos lo que éramos antes de volvernos estas bestias escépticas en que nos hemos convertido. Esta inocencia ha despertado en nosotros la nostalgia. Es una pena que la nostalgia siempre acabe igual en resentimiento.


(Columna publicada el 22 de septiembre de 2007.)

La prensa, ahora y allá


Si bien, a propósito de las elecciones, hubieron algunos microescenarios consistentemente antidemocráticos, también se dieron, por la otra cara, cosas netamente estimulantes. Siendo una de ellas el papel de la prensa.

Otras voces, otros ámbitos… Si dejamos afuera a los charlatanes y los sabihondos, y aquellos resabidamente mediocres, podemos decir que la prensa cuenta con una vitalidad especial en estos tiempos. En particular, quiero hacer alusión a una generación a la vez experimentada y joven de periodistas –llevan ya años en la jugada, pero aún les aguarda un enérgico porvenir– con la habilidad de disponer de grandes cuotas de poder sin por ello perder la cabeza.

A estas alturas, el papel de la prensa en el proceso de construcción democrática ya no es experimental ni apenas complementario, sino un factor nuclear en la manera en que se dan los resultados. Hablaremos de la pérdida de la inocencia, dando paso a una dimensión de madurez. El titubeo local de antiguas décadas ha sido sustituido por una creciente asertividad, y el respeto incluso por parte de los sectores oscuros de la sociedad.

Por supuesto, tanta luz trae consigo sombra (ciertamente, valdría estudiar el caso de los medios de comunicación en México). Conforme vaya aumentando el poder de la prensa en Guatemala, se producirán nuevos problemas, a no dudarlo. Esguinces, focos de infección… Y eso supone una contracción natural por parte de los periodistas limpios. La comunicación–continuidad entre los cuadros más bajos y los más altos promete abismarse, con un desgaste general del control, pérdida de líneas de transmisión, y disolución de la mística periodística. Será cada vez más difícil no entrar a una lógica de negociación con diferentes actores sociales, incluso en pos de la democracia misma. Por último, quiero decir que hasta ahora formar parte de la prensa nacional era relativamente sencillo, pero cada vez será un espacio más especializado, que se irá llenando de iniciaciones y ritos de pasaje, no necesariamente crítpicos o deshonestos, pero todo rito de pasaje es ya la introducción a una esoteria laboral, con todo lo que ello implica.


(Columna publicada el 15 de septiembre de 2007.)

Umbralario


La otra mañana, recibí tan triste, triste noticia:

–Chiquito, se murió Umbral.

Dijo mi esposa, la única que lee periódicos en casa. Me acerqué, con cierta probidad, a leer la tétrica nota periodística, y ya en dos segundos tenía un nudo un tanto kierkegaardiano en la garganta.

Umbral me mostró eso de escribir. Lo estudié con avidez termonuclear. Tengo lo menos unos treinta libros suyos, algunos leídos más de una vez. Es notable lo que ese señor hizo con su Olivetti. A mi entender, se ha ido el más poderoso de todos. Muerto Umbral, supongo que se acaba para mí una era: la era de los mentores literarios. Ya no cabe coaligar con ningún estilo que no sea el mío. He llegado por fin a mi soledad literaria.

El oficiante de la sorna Umbral. El aficionado a bufandas Umbral. El descartesianizador de la prosa Umbral. El materializador del insulto Umbral. El en absoluto doctoral Umbral. El tramoyista de sí mismo Umbral. El de la noche madrileña Umbral. El carmesí de guante blanco Umbral. El programático erótico Umbral. La estrella de los periódicos Umbral. La criatura poéticoespiritual Umbral. El stripper lírico Umbral. El analista resplandeciente Umbral. El de la bronca voz Umbral. El interiorizador de todas las Españas Umbral. El de los diez mil libros Umbral. El Cervantes Umbral. El Cela Umbral. El surfista de los mass media Umbral. El fornicador del idioma Umbral. El habitante de La Dacha Umbral. El descreyente Umbral. El que hace muchas noches llegó al Café Gijón Umbral. El yo he venido a hablar de mi libro Umbral. El chico de provincias Umbral. El viejo cabrón Umbral. El poco leído en Latinoamérica Umbral. El genio de Madrid 1940 Umbral. El amado por nadie Umbral. El neologista Umbral. El apasionado de los gatos Umbral. El Francesillo Umbral. El muerto al fin Umbral.

Basta. No más lloraderas. Perder los estribos, o la cabeza, o el rumbo, nunca, nunca la elegancia. Umbral. La elegancia.


(Columna publicada el 8 de septiembre de 2007.)

Almejas y parásitos

Lo que a veces se nos ocurre reaccionario puede que sea lo más iluminador. André Glucksmann nos recuerda en alguna sección de su libro Cinismo y pasión que ese acto de “elegir conjuntamente al que gobierna a todos” le pareció a Sócrates una desfachatez: “Sócrates consideró la lotería no menos racional pero más abiertamente aventurada”. Y agrega poco después: “André Gide se conmovió de que un voto de Premio Nobel no valiera más que el de la portera”. Y luego lo pone aún más claro: “no se llega a buen alfarero o calderero por elección o por turno, pero sí magistrado que decide acerca de la vida y de la muerte de la comunidad y de las personas”. Más frases: “La democracia puede ser un espacio de la locura colectiva”, “El pueblo lleva consigo mismo su monstruosidad”. Glucksmann continúa avanzando hacia otras prominentes profundidades, pero a mí esto ya me ha dejado suficientemente trabado.

A mi modo de ver, ni siquiera se trata de descalificar el Procedimiento, pero sí exactamente de revitalizar–certificar su espíritu perdido, perdido en follajes rousseaunianos (y no me refiero a los del aduanero, sino a los del caminante). Podríamos decir que el azar es la única transparencia de la democracia. Decirlo, el mejor seguro contra la frustración. Es increíble lo que hemos hecho por evitar la contingencia. Las grandes empresas por devolver al azar a su sitial de honor –surrealismos y situacionismos por mencionar los más idiosincrásicos– no pasan de ser aún pasatiempos para matriculados.

Se ha querido reducir la suerte a una conventualidad tecnológica o suerte de secuencia electoral en donde paradójicamente los accidentes deben ser evitados a toda costa. Respetando, eso sí, la consciencia cívica: el decoro de la no–invasión, sin el cuál se perdería el factor libertad. ¿Discrecionalidad o negación colectiva? ¿De qué está hecha la votante consciencia cívica? ¿Qué almejas y parásitos viven en semejante intimidad?


(Columna publicada el 1 de septiembre de 2007.)

El vórtex

Esta columna es un llamado a defender el perímetro de la responsabilidad subjetiva. Inútil darle mi esperanza a un candidato, la va a romper. La esperanza debe ser conservada en territorio personal, fuera de ese territorio no sirve de nada, ni a mí ni a los otros.

Las artes de lo público consisten en convencer al regular ciudadano que su destino está en manos del procedimiento colectivo. Desde ese punto de vista, la marcha electoral está sobre todo llamada a introducir un vacío entre el individuo y sí mismo –un efecto necesariamente disociativo, creado con el apoyo de todas las comunicaciones, y aquí el mensaje básico es uno que dice que entre mi deseo y mi realización debe mediar la impronta administrativa. Bienvenidos al vórtex preelectoral.

Cuando –en un sintomático spot televisivo– Giammattei apela al espacio privado (“de esa puerta hacia adentro”) es sólo para establecer que una angustia interna –el presupuesto doméstico– será resuelta patrimonialmente por el estado. En ese instante, somos expulsados otra vez de nosotros mismos hacia el alfaque funcionaral, y el único refugio que nos quedaba –la responsabilidad íntima– es abolido nuevamente.

La democracia real no excluye la libertad individual. En principio, la democracia es el punto de continuidad entre la libertad individual y la pública. Esa continuidad no es otra que la puesta en escena de la naturaleza extensiva de mi albedrío.

No deja de ser curioso como ninguno de los presidenciables habla de mi libertad de escoger, sino cada uno de mi libertad de escogerlo a él exclusivamente. De ese modo se da una degradación del enfoque democrático, puesto que de la libertad pública ahora se pretende pasar a una nueva individualidad, pero no aquella de donde partimos en un principio, sino a una individualidad personalista, que excluye el resto de las individualidades, en el acto traicionándolas. Debemos mirar profunda y comprensivamente este fenómeno para no caer en ninguna de las múltiples ratoneras que han sido colocadas a lo largo del diseño social. O serán cuatro nuevos años de frustración.


(Columna publicada el 25 de agosto de 2007.)

El gran beneficiado

Circulando en la noche en el bulevar Los Próceres, en la capital, uno es testigo de una morosa peregrinación: tráiler tras traíler, allí van los vehículos pesados, que han bajado de Carretera a El Salvador, una vez se ha levantado el horario prohibitivo.

Nada contentos con estos hoyos contraproductivos, los pilotos –y propietarios– decidieron establecer medidas de presión, advino el paro, y con ello millonarias pérdidas y pánico en torno al combustible, aunque no pasó a más.

No pasó a más, ya que el gobierno central decidió meter las manos. Ni modo, les deben de haber jalado bien fuerte las orejas. El Fantasma de la Comuna, Alvaro Arzú, hizo honor a su naturaleza fantasmal, omitida, no presentándose en las reuniones de negociación, hecho que ha sido caracterizado como prepotente por algunos –la prensa, especialmente, que nunca tarda en usar semejante apelativo para definir a Arzú, como si no hubieran otros epítetos en el gran universo verbal– pero a la vez otros han querido ver en ello un enfoque de firmeza. Y no deben ser pocos, puesto que Arzú ya lleva dos períodos en la alcaldía, y no ha llegado allí por magia.

Y es cierto que hasta cierto punto Arzú ha salido beneficiado en esta rencilla: otros han arreglado por él lo que él debía arreglar por su cuenta, pudiendo así mantener una cierta apariencia de integridad, y un trazo fuerte de lealtad a los capitalinos que es justo lo que necesitaba para poder darle hálito a su campaña política. En cambio, el partido oficial no puede darse el lujo de ponerse los moños, nada le vendría peor en este momento que una explosión social de cualquier tipo. ¡Oh calaveras de las regiones públicas!

En general, los capitalinos, que sentimos cómo esta ciudad se hace cada vez irrespirable, más intransitable, más inmóvil y reificada, agradecemos secreta o abiertamente que no transite el transporte pesado a horas pico. Berger lo sabe, y si bien ha decidido retomar la autoridad en cuanto este tipo de cuestiones, no ha puesto, al momento de yo escribir esta nota, distintas medidas. Arzú ha dado paso a la retaliación legal, como era de esperar.


(Columna publicada el 18 de agosto de 2007.)

La Hidra

Días preelectorales, excelente timing para someter el tema de la CICIG a voto. Casi palpable allí un diseño, un plano dirigido… No deja de preocupar y preocuparnos por supuesto las palmadas tan de plano entusiastas del Departamento de Estado de los Estados Unidos…

Siendo así que la lupa pública está emplazada de un modo muy particular sobre los diputados, por las venideras votaciones, éstos debieron obligadamente mostrar recato, buenas maneras –y el proyecto se convirtió en realidad. Eso sí hubieron lugares comunes (FRG) y apostasías sonadas (Fajardo, Girón) y gritos soberanistas en paleta.

Siento una especie de obligación de escribir sobre la CICIG. Es un tema que me viene llamando la atención desde hace un rato ya, desde la CICIACS.

Salvo ciertas paranoias de analista y una desconfianza siempre briosa y saludable hacia el tufillo Naciones Unidas, faltaba más, me pareció desde un principio que una propuesta como ésta podía ser alguna especie de bisagra transicional entre el éxtasis de la mirada internacional de la inmediata posguerra, y la autonomía que necesariamente vamos a tener que generar algún día, si queremos pasar a ser, bueno, varoncitos. Se ha ido retirando el ojo global de Guatemala, sí, en pos de nuevos conflictos (y hélas ya tan viejos), notablemente hacia el Medio Oriente, y hemos quedado con la dentadura como huérfana, mordiendo corrupción y malas pasiones subsociales.

Me incliné por el tema, pareciéndome que había que reconocer que el crimen que hemos vivido en estos últimos años y estamos malviviendo hoy en día no resulta de iniciativas insulares, sino que hay en ello hay toda una continuidad celular, y mientras no reconozcamos esta característica suya –holística y ecuménica– no avanzaremos gran cosa: desmochando cabezas que volverán a nacer cagándose de la risa, como en toda Hidra que se precie de serlo.

Está votado, es un paso: nunca suficiente para construir la epopeya democrática, sin embargo. Muerta la Hidra, aún le faltaron a Heracles otros diez trabajos, un montón de talacha, si lo vemos bien.


(Columna publicada el 11 de agosto de 2007.)

El milagrero


Siempre me he resistido a escribir cualquier cosa sobre Miguel Ángel Asturias; supongo que hacerlo equivalía en mi mente a unirme con una tradición con la cual yo no quería trabar amistad… así que lo evité; lo evité a toda costa. Pues hoy, a cuarenta años del Nóbel, ha llegado la hora para mí de demoler ese viejo recato.

También es que yo no tenía el mismo respeto por Asturias que todos parecían profesar. A mí muchas cosas suyas me parecían (y me lo siguen pareciendo) de lo más inconsistentes. No soy el único, gracias a Dios: ya Monteforte aludía en un artículo a “defectos de estructura o técnica en general”. ¿Qué es lo que hace a Asturias un “arquetipo inimitable”, entonces? Monteforte así lo explica: la narrativa de Asturias “supera en intensidad a casi todos los recursos de la prosa”.

Concuerdo. Asturias pone a prueba los límites de la prosa. Y para ello se sirve de la poesía. De igual manera que Vallejo pone a prueba todos los límites de la poesía. Y para ello ser sirve de la prosa. Doble espejo (qué palabra más decididamente asturiana) alucinado.

Podemos decir que Asturias está de un lado extremo de registro narrativo (no hay otro más allá) y del otro lado, completamente, encontraremos a, qué sé yo, Carver. Vamos a que Asturias es un paradigma, un éxtasis del narrar. Una forma de subir. Caerse de semejantes alturas resulta bien feo. Por empujar la palabra al límite, a veces se le iba al despeñadero, ni modo, desfigurándose contra los riscos. Qué le vamos a hacer.

Pero a veces lograba hacerla danzar –la palabra– en el filo virtuoso que separa la tradición de lo desconocido. Éstos son los milagros de Asturias. Asturias el milagrero. ¿Cómo hace? En principio, ningún miedo al vacío. Como estar en lo alto del Templo Cuatro y ver el espacio y sentirse aire uno también. Asturias ya había bebido el cáliz de la libertad. La libertad es espacio en donde todas las palabras, todas las permutaciones verbales, todos los tropos, caben, sin estorbarse. Pájaros.


(Columna publicada el 4 de agosto de 2007.)

Réquiem por VIVA

Es verdad que fui crítico inicialmente con la incursión de Caballeros en las elecciones, pero ahora de un modo lamento su ausencia.

La carrera presidencial tiene eso de gordo –lerdo– golem que los partidos van probando erguir cada cuatro años, a fuerza de conjuro y propaganda; cada uno dando un soplo, un mecanismo, un engranaje, a esta pesada criatura, en cuyo pecho late un corazón de vehementes zanates, y los ojos como acaso los describiera Borges: “Sus ojos, menos de hombre que de perro/ Y harto menos de perro que de cosa”.

Con la desaparición de Caballeros, el frankenstein nos quedó, aparte de feo, un poco cuto.

De Harold Caballeros puedo decir que me gustó que su propaganda en un principio no incluyera su rostro (una propaganda sobria y luminosa, a diferencia de otras, sustentadas en el peor ánimo de protagonizar y en el mal gusto). Esta discreción hablaba bastante bien de él. Y cuando finalmente se puso a sí mismo en las vallas, vimos a un hombre sonriente y franco (cosa que los otros –aún remachando– no supieron simular).

Caballeros, cuando habla de su partido (cuyo nombre me parece fulminante, después de todo hay tremendísimo contraste entre un partido que se llama VIVA y un partido que se llama GANA, si me doy a entender), cuando habla de su partido, entonces, habla de una escultura a tallar en los próximos cincuenta años. Hay algo de insólito y aliviante –por completamente desquiciado– en este énfasis largoplacista, sobre todo porque apenas si los demás partidos saben qué van a hacer en el próximo cuarto de hora (lo cuál no es siquiera destello warholiano, y menos lucida improvisación; decirlo así equivaldría a insultar a Charlie Parker).

VIVA sigue trabajando, aunque naturalmente sin la presidencia ya no es igual. Un réquiem momentáneo para este proyecto que vino a remodelar nuestro horizonte político, insuflándole oxígeno y probidad. Pero ya veremos a Caballeros en cuatro años, cuando un nuevo golem vuelva a nacer.


(Columna publicada el 28 de julio de 2007.)

500–660


500 demandantes… 660 vergonzosos millones… Es lo que la archidiócesis de Los Ángeles ha dispuesto pagar –en acuerdo extrajudicial, esto es– a las víctimas de abusos sexuales infantiles por parte de sacerdotes pedófilos. Del templo huyen los pájaros de lo santo, hacia regiones australes. ¿Volverán alguna vez, los pájaros?

Semejante cifra, nada pequeña y no desdeñable cifra, es la más alta pagada en los Estados Unidos por demandas similares. Ya antes estaba el affaire de la archidiócesis de Orange, California; el de Boston; el de Covington, Kentucky. Lo cuál significa que el caso Los Ángeles no es la scena prima de esta representación macabra: la iglesia católica estadounidense lleva ya unos pujantes 1,500 millones de dólares distribuidos en indemnizaciones, resultando de ello que unas cuatro diócesis hayan terminando en bancarrota (en Arizona, Washington, Oregon, Iowa). A lo mejor no será tal el destino de la archidiócesis de Los Angeles, que cuenta con unas 1,600 propiedades en California, valuadas en unos 4,000 millones de dólares, de acuerdo a Los Angeles Times. Como sea, el asunto no debe causarle gracia al cardenal Roger Mahony, quien debe vérselas con la realidad: en esta archidiócesis solamente, existe una colección conjurada de unos 113 señalados de abuso sexual, desde 1930.

Los daños ocasionados a un niño así abusado son incalculables. De más está decir que no hay compensación económica que pueda sanar una herida de esta índole. En la página de la archidiócesis de Los Angeles, Mahony anhela ingenuamente que las víctimas puedan dar cierre a este capítulo (“It is the shared hope of everyone in our Local Church that these victims, many of whom suffered in silence for decades, may find a measure of healing and some sense of closure with today’s announcement”). Por supuesto, se trata de un cuadro que nos hace pensar dos veces, tres veces, y una quinta también, sobre la solvencia y potestad moral de la iglesia para opinar sobre cuestiones sexuales…


(Columna publicada el 19 de julio de 2007.)

Sangre en la mezquita

Esa mezquita, sí, la mezquita de Islamabad. Hay ese efecto emulativo en el mundo integrista, y nuevos militantes quieren para sí un poco de esa esplendente gloria terrorista, fix ultramundano, metanfetamina de azoras. Hay una visible urgencia en todo esto, como si las plazas ya estuviesen contadas en el jardín establecido por el Profeta, con todas sus bellas damitas, que sólo demandan ser desfloradas, de acuerdo al teorema. Quién sabe si estimulados por recientes eventos en otras latitudes islámicas, optan por amurallarse, estos bestias, junto al clérigo Abdul Rashid Ghazi, y toman por rehenes a mujeres, a niños, a eso le llaman, buenamente, martirio.

Abdul Rashid Ghazi sucumbe, naturalmente. Con todo y su madre. A los dos podemos agregar unas sesenta, setenta víctimas, ciento cincuenta, quién demonios lo sabe a ciencia cierta. Las cifras como siempre han sido bien manoseadas. Cuerpos y cuerpos, eso sí; el único movimiento asociable a ellos es el de las moscas que los visitan. Uno no se imagina a un presbítero en una iglesia católica liderando una moción semejante, en nombre de Cristo, hoy. No queda descartado sin embargo que ocurra prontamente, a como van las cosas. Lo interesante es observar cómo se va escalonando la tensión, cómo se va concretizando, endureciendo. Lo de Islamabad empezó con estudiantes moralizando en las calles, nomás. Luego vinieron los secuestros, junto a una progresiva magnetización en torno a la sharia, o ley islámica. La violencia es el útero en donde el dogma crece, celularmente. Finalmente, se atrincheran. No ceden. El ejército interviene.

El templo de Islamabad no es una cosita. Se requiere de mucha paciencia, de mucha pólvora para reapropiarse de ella. Y además la resistencia resultó ser menos hospitalaria de lo que los soldados pensaban (se habló luego de una vinculación con Al Qaeda). No obstante, poco a poco los fueron a corriendo a los amotinados, a los sótanos. Al momento de escribir la nota, no hay colofón definitivo, pero se presiente. La Mezquita Roja, más roja que nunca, es noticia mundial.


(Columna publicada el 14 de julio de 2007.)

Medusario

No busque el ciudadano en las elecciones presidenciales un distrito hospitalario en donde dialogan las diferencias. Jamás se ha sabido que el proselitismo sea algo parecido al corredor de un convento. Nada menos monjil que esta orgifiesta de hienas husmeando en los gólgotas del poder. Un medusario.

En el asunto Klugmann, se ha visto qué clase de caballeros concurren al poder. Empezando por el actual gobernante, que ha dicho cosas extremadamente serias, basándose en pláticas privadas (lo mismo fue con aquello del escaño en la ONU; Berger publicitó cosas que Annan le había comentado a título íntimo, y luego Annan buenamente las desdijo).

Pero incluso antes de Berger, estaba Stein, produciendo vaguedades. Cuando se habla de un “trasfondo político” no se está realmente diciendo nada, ¿o sí? Pero aunque no dijo nada picó grandemente el hormiguero. Los budistas afirman que el karma es expansivo. Stein sabe que el karma es expansivo. Ha estado en el juego del karma por mucho tiempo ya.

Luego está Taracena, el diputado, que ha colegido declaraciones y no documentos: chisgueteando, es decir. Hemorrágicamente. No queda descartado que apunte a una clase de verdad su postulado, siendo la viña del Señor tan surtida, pero como no tiene pruebas lo único que ha conseguido es ensuciar aún más el tono sucio de las elecciones; sucio en plan lodazal; sucio porcinamente. El olor llegó hasta Honduras. Desde esa piara que llamamos congreso.

Oyendo a Klugmann en una entrevista realizada por Emisoras Unidos, uno escucha a una persona más bien tranquila y centrada. Los medios escritores resaltaron frases suyas que lo hacían parecer como un histérico indignado, pero en realidad el tono de su voz señala tranquilidad, y hace ver que todo esto tiene un registro caricaturesco. No conozco a Klugmann, ni su carrera como asesor, ni su contenido, pero al menos por el lado de la forma demostró más cordura que el diputado de la UNE.

No deprima, lector. Considere que ellos también algún día serán polvo.


(Columna publicada el 7 de julio de 2007.)

El último de los exiliados


Con la muerte de Otto Raúl González, triste en sí misma, también muere otra cosa: el mito de los exiliados.

Aún hay exiliados en México, ¿pero iguales? Serán pocos.

No, yo me refiero a Illescas –a quién todavía pude escuchar, en La Landivar, en charla tan humillante para él, porque nadie lo escuchaba, y no por aquello de lo que dijo no fuera sublime, bien al contrario, sino porque los estudiantes eran todos unos formales cretinos, qué pendejos, qué ignorantes, todavía me causa rabia recordarlo.

Me refiero asimismo a Monterroso –de quien poseo en la cabeza una imagen: él y Barbara Jacobs en el vestíbulo de cierto hotel, ella con algo de madre momentánea, él pues ya anciano... También visto en aquel homenaje que le hiciera la Universidad San Carlos, en donde se le concedió el honoris causa: allí tuvo su gloria, allí todos concitadamente le quisimos.

Monteforte –tan de mañana en la sala de redacción de El Periódico, haciéndose ver, imponente, con la cabeza hirviendo de proyectos, un navío todo él, removiendo las aguas de la cultura...

Se es esclavo de las décadas. Las mías apenas fueron las de Cardoza, y de esa cuenta no lo pude conocer, cuánto lo hubiera deseado. Lo leí, eso sí, tremendamente, abominablemente, lo escruté, lo atalayé, me convertí en el gran testigo del artesonado de su prosa luminosa y nocturna.

Así, uno a uno, fueron cayendo, los escritores, y ahora somos nosotros los exiliados: puesto que ya no hay acceso posible al territorio de su voz, somos nosotros quienes hemos quedado al margen de la poesía, y de la historia. Ellos eran lo fijo de la historia, sí, y la conducta, y la mirada. Miraban cómo nos sacábamos las tripas.

Sin ellos, los catalizadores, sin el mito de los ausentes, obligadamente tendremos que vernos las caras: y reconocer que esto es todo lo que hay, y asumir el peso vacío de la poesía, esa responsabilidad desquiciante, y cantar y morirnos más solos que nunca.


(Columna publicada el 30 de junio de 2007.)

Embargo en Gaza


De todas las estrategias de confrontación, el embargo –o política del aislamiento– debe ser una de las más lúgubres.

No me malentiendan: no soy partidario del terrorismo en ninguno de sus niveles. De hecho, no puedo hallarme más lejos de ese entusiasmo campesino de tertulia que algunos tiernos militantes profesan por los encapuchados de Hamas. Yo los puedo imaginar, a estos monstruos, encajarme, en una de las calles de Tel al Hawa, tres balazos –dos en la frente y uno al costado– venidos de una indócil, posiblemente contrabandeada, ametralladora traída por Santa Claus desde Siria. Sin problema, por oponerme a la Jihad.

Pero tampoco me engaño: la realidad de Gaza ya era más que infernal antes de los acontecimientos recientes, un auténtico campo de concentración. Es por ahogarlos (literalmente: empujarlos al mar) que hoy se dan estos exabruptos arrolladores. La fuerza generada por la asfixia es tremenda. En este caso, diplomática y económica. Y ahora, más que nunca, militar. La política de hambrear a los palestinos es muy real, o sea que la tendencia es a reforzar el enfoque Auschwitz, hoy irónicamente sionista, y financiado por el bloque llamado democrático, que había cortado el flujo de capital con el triunfo de Hamas en el legislativo, en el 2006. Es el territorio de la hipocresía. Si Israel reanuda el abastecimiento (de combustible, por ejemplo) es sólo porque, paradójicamente, Gaza es un cliente tremendo. Leía hace poco que la economía israelí pierde dos millones de euros al día cerrando fronteras. De igual manera, es seguro que toda ayuda humanitaria está formalmente condicionada. De otra parte, el éxodo está siendo reprimido, con un algo de diabólica expresión, salvo, se entiende, a los funcionarios de Al Fatah que ya están en Ramala. De la implosión como arma definitiva.

Entretanto, Abbas ha establecido un gobierno emergente en Cisjordania, creando una suerte de esquizofrenia.


(Columna publicada el 23 de junio de 2007.)

Laca

Lo de Arredondo me ha dejado estupefacto. Es una muestra clarísima de la arbitrariedad de nuestros procesos públicos y la delgadez de nuestros linajes políticos. Y una puñetera vergüenza. Lo agradezco en un sentido, pues me recuerda lo poco confiable que es eso que altivamente llamamos democracia –lo agradezco en el sentido de que me obliga a mantenerme despierto, con los ojos bien abiertotes. Se lo dije a mi compadre, la otra vez: votar o no votar es igual de peligroso. Todas esas vallas del fosforito, todavía puestas al escribir esta nota, dan cuenta de la mascarada, a pocos meses de las elecciones. Los props se rompen; el set se viene a pedazos; cae mediocre la laca. ¿Las causas de semejante desmadre? El émbolo fue el presupuesto de campaña, de acuerdo al vicepresidenciable, ahora presidenciable, Óscar Rodolfo Castañeda, perseguido por una estela de impopularidad (la verdad es que el solo hecho de que haya aceptado la candidatura habla mal de él). Arredondo, chucho sin casa (primero en la UNE, luego al PAN), aduce que hubo presión financiera. Ni la palabra le dieron en la asamblea. El ostracismo es signo de almas perversas. Lo cierto es que ha quedado como el cándido de la foto. Se dice que fue utilizado. Pero no hay por qué victimizarlo, tampoco. En realidad la responsabilidad cae tanto en su persona como en la totalidad del partido que lo traicionó: y es que el camino de la integridad no conoce saltos cuánticos. Todo este asunto ya le ha lastrado de una forma u otra la figura. La desconfianza en los partidos políticos se ahonda, se abisma. Es la defunción del liderazgo. Una consecuencia alegre de todo esto es que podemos dar por terminado el rol del PAN en estas alegres elecciones. Ellos mismos firmaron su sentencia. Desde un principio estaban como bolos rebotando en las paredes del pasillo, tocando todas las puertas del piso (entre ellas, la de Harold Caballeros, si recuerdo bien), viendo quién les abría… Oportunistas es lo que son.


(Columna publicada el 16 de junio de 2007.)

La neoguerra fría


La historia presentando sus fata morganas; sus dables y creíbles ilusiones ópticas. Una de éstas siendo aquella que nos hizo creer que la guerra fría se había desarticulado como por arte de magia, como cuando en el culto te ponen una mano sobre la frente, para despejar los demonios; que el deshielo iba a viabilizarse sin heladas consecuencias; y aún, que esas fuerzas residuales no iban a erigirse de nuevo. Hoy por hoy, vivimos sin las tensiones nucleares de hace treinta años, y sin embargo las armas nucleares siguen allí, puntuales, listas para toda promiscuidad radioactiva. ¿Qué significa esto? Que los políticos jamás cambiaron la realidad; que sólo cambiaron la percepción de la realidad. Las tensiones en verdad perviven. En este contexto, ¿qué tienen de sorpresivas las declaraciones de Putin? Sólo era cuestión de tiempo, antes de que se dieran ciertas condiciones para que viejos nerviosismos se tangibilizaran, como esos virus congelados que de repente despiertan con un cambio de temperatura, provocando pandemias. ¿Cuáles son las tales nuevas condiciones? En este caso preciso, dos, de carácter puramente geopolítico: la cristalización de la resistencia árabe como nuevo foco periférico; y la ampliación del centro democrático, anexando y absorbiendo estados que luego de la caída del muro habían caído ellos mismos en el limbo. Por supuesto, el ticket de entrada a la democracia no es gratis (en el caso de la República Checa y Polonia, el ticket de entrada a la Unión Europea). Estos países ex periféricos deben cumplir en la lógica occidental con una iniciación: servir como puente estratégico–militar con la periferia actual, así Irán. Es acaso la única razón por la cuál se les permitió el acceso en un primer lugar. Desde este punto de vista, la guerra fría (o desplazamiento de conflictos frontales a los márgenes) siguen dándose aún, por supuesto, con el emplazamiento de nuevos contratos globales. Se podía hablar incluso de la neoguerra fría, sin chistar.


(Columna publicada el 9 de junio de 2007.)

Remix


Estamos asistiendo a un hecho fecundo, extraordinario: el eclipse –fisiológico, administrativo– de un dictador. Refiriéndonos a Castro. Es un hecho por lo menos tan importante como su entrada huracanada a Santiago un primero de enero, hace ya casi medio siglo. Muchos de nosotros no pudimos ser testigos de aquel suceso que azoró al mundo, pero en teoría veremos la Cuba posfideliana, será algo digno de ver.

De todas maneras, siempre tendremos a Chávez.

No deja de ser interesante observar a Hugo Chávez en el sentido de que así uno va entendiendo en tiempo real, directamente, con sucesos de primerísima mano (y no leídos en manuales de historia) cómo es que se va formando un dictador. Por demás, un dictador de izquierda (difiere el bouqué…). La historia y sus estafetas. La historia y sus estafadores. La historia como DJ con afición a remixear tiranías, a re–versionar la vieja locura del poder.

A la luz de los hechos recientes (y en particular el cierre de RCTV, luego de 53 años de emisión) se infiere que el programa antidemocrático de Chávez se irá acelerando en lo venidero (ahora va detrás de Globovisión). Pero éste su dadá autoritario le costará incluso no pocos seguidores (notablemente entre los estudiantes). La prensa mundial le irá condenando al ostracismo (y por medio de este ostracismo, Chávez irá enmarcando su propio póster). Esa aparente colisión de izquierda que comenzaba a gestarse en Latinoamérica se verá elidida por tan torpe acción. La libertad de expresión es un instinto tan bien adquirido. Sumamente poderoso, porque en él se interseccionan individuo y colectividad. Doble alfaque.

Crispación desesperada de los venezolanos, las auténticas víctimas, de saberse relegadas a ser el pie de página del cesarismo chavista. De la agitación a la pesadilla, del nerviosismo al pánico, de la excitación al progresivo horror. Sobre las moléculas del pavimento venezolano, avanzan seres cada vez menos libres.


(Columna publicada el 2 de junio de 2007.)

Probatio probatissima

La CICIG (Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala) ha dado un paso más sólido, parece, con el visto bueno concedido por la Corte de Constitucionalidad. Le falta el Congreso, así que nada se sabe.

La creación de este espacio institucional se cabildea en un útero se diría discreto. Un pujar continuo, no excesivamente público, una especie de tensión callada, más bien, nunca un tema enteramente civil, se ha venido desarrollando desde la CICIACS, el hermanito abortado, pero nunca ha trascendido realmente las fronteras del columnismo, da la impresión.

La CICIG. O funciona a la par de los fiscales locales o fracasa –no un órgano emergente, pero bajo ninguna perspectiva un órgano autónomo: más bien equidistante. ¿Equidistante de qué? De: 1) la implosión institucional, nido de corrupciones y burocracias, cardumen de impunidad; 2) la pérdida endémica de soberanía. Su labor no puede –sino para qué– ser marginal (al contrario: le corresponde una actitud inquisitiva, dinámica, jamás complaciente) pero a la vez queda claro que su función no puede tampoco ser paternalista, y menos autoritaria. Así que su presencia implica una delicadeza institucionalmente virtuosa, teóricamente muy bella, en realidad muy compleja. ¿Cómo se hace presión sin hacer presión? Los místicos de las ciencias sociales han tratado de responder a esta pregunta una y otra vez.

La idea frontal de la CIGIC –pero esto nunca se dice tan frontalmente– es que se precisa vigilar a nuestros vigilantes. El sucio asunto de los salvadoreños confirma. Probatio probatissima. En este sentido, no se trata de una mera aportación de conocimientos por parte de amables extranjeros, sino de algo mucho más serio. Esto coloca al MP en una posición de diálogo forzado. Por supuesto, una pregunta un tanto más laberíntica y borgesiana es: ¿quién vigilará a los vigilantes de los vigilantes…? Galería de espejos… Entretanto, de la forma en que reaccione el congreso uno podrá deducir un montón de cosas divertidas…


(Columna publicada el 26 de mayo de 2006.)

Floripundia

Con la calamidad Bancafé, es de pensar que no pocos clientes del Cuscatlán corrieron encrespados a la agencia más próxima, con el propósito primario de sacar su dinerito de la cuenta offshore, y colocarlo debajo del colchón de una cama Olympia Soñadora Plus Matrimonial. Temían correr una suerte análoga a la de miles de compatriotas suyos, que quedaron a raíz del descalabro bancario en la pura lipidia (más de alguno optó por matarse). Pero los banqueros del Cuscatlán, que no son gibosos ni ancianos, sino jóvenes y orgánicos, simplemente sonreían a estas masas contrariadas, y decían una sola palabra: “Citigroup”. Las masas contrariadas salían de vuelta a la calle, con la misma serenidad con la que el feto duerme en el útero, en el útero de la multinacional bancaria por definición, esto es: Citigroup (Citi, para allegados). Al parecer, cuando una persona se encuentra en estado de pánico, cuando en miedo, cuando aterrada, esta palabra tan asertiva y corporativa posee propiedades taumatúrgicas, y de esa suerte entra de inmediato en un trance hipnótico–tranquilizador. Se entiende por qué: Citigroup es el mayor conjunto financiero de los Estados Unidos; tan masivo que de entradita pagó $1,510 millones por el consorcio UBC (operaciones en El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Honduras y Panamá, 5,000 empleados, 202 sucursales). Previamente, Citi había adquirido el Grupo Financiero Uno, con lo cuál quedó cubierto el espectro en sus dos ramas–ríos: banca y crédito. A partir de aquí, podrá hacer, más o menos, aquello que se le venga en gana. Así que mientras en Guatemala nuestras instituciones bancarias naufragaban en una afelpada greda pestilente, el grupo de origen salvadoreño formalizaba, como se dice, “sólidas alianzas”. Al parecer, los clientes de Cuscatlán dormirán en sus camas Olympia Soñadora Plus Matrimonial. Es como si les hubieran puesto una flor de floripundia bajo de la almohada.


(Columna publicada el 19 de mayo de 2007.)

Sarkozy


Cuando uno piensa en Francia uno piensa en carros ardiendo en la noche, una práctica aparentemente antidemocrática, pero si los carros arden en la noche de Francia es porque no hay sedimentación democrática que no genere gases, gases notablemente inflamables. Prendes un cerillo, y cataplum. Si tú quieres ser presidente en Francia hoy más vale que sepas algo sobre estas bolsas de hidrocarburos potencialmente caprichosas, a saber: “sindicatos”, “inmigrantes”, “estudiantes”. No son sustancias a ser tratadas toscamente, con palabras despectivas, ni programas de represión, requieren un grado de ingeniería sólo concebible en las venideras legislativas. Y sobre todo, cuidarse de no usar los propios gases (los lacrimógenos, o peor aún, los retóricos). Con todo, el entrante presidente de Francia se niega a aceptar que el imaginario sesentayochista, más que una tonadita retro, es una forma –sempiterna, arquetípica, además de sumamente tantálica– de decir las cosas del francés: una ciudadanía. (Hay que entender que el sesenta y ocho, o los disturbios del 2005, vienen a ser sólo reencarnaciones contemporáneas de este fenómeno que busca su origen desde un catizumbal de eones atrás.) El hecho insoslayable consiste en que los franceses protestan con la misma naturalidad con que hacen baguettes (el domingo pasado, poselectoralmente, en la Plaza de la Bastilla). No hay francés que no se indigne. Por supuesto, para indignación de los mismos franceses. Que por tanto no votaron socialista. Lo peligroso y evidente es la pérdida del humor –es lo que pasa cuando no hay empleo. Un colorido ejemplo (por gris) de esta pérdida del humor es Sarkozy. Es decir que ya no oiremos cantar a Gavroche, el personaje de Victor Hugo, “pequeña alma grande”, en la barricada. Para los Gavroche del 2007, Sarkozy tiene una denominación: “gentuza”. Ojalá que la “renovación”, que la “ruptura”, que el “cambio”, no se convierta en una danza suburbana de fallecidos.


(Columna publicada el 12 demayo de 2007.)

Jugar en la arena

He colgado en la afelpada pantalla del ordenador todas las columnas publicadas de Los Tarados, hasta la fecha (http://los-tarados.blogspot.com/). Casi un centenar de ellas, aprox.

¿Qué razón me llevó a revivirlas, a golemizarlas? No quería que se convirtieran en carnaza de olvido. Por supuesto, algún lector podría argumentar que de hecho no hay nada inorgánico en olvidarlas –que son olvidables –y que de memorables no tienen decididamente nada.

Pero entonces yo le respondería que, de todos modos, y en el fondo, la memoria y lo memorable son dos cosas aparte, esto es: que contrariamente a lo que se piensa, la memoria no está al servicio de lo memorable, aunque a primera vista así lo parezca, aunque así lo pretenda nuestro necio orgullo civilizatorio.

En realidad, lo memorable es un juego cultural, un juego de condiciones culturales; toda gloria transhistórica es completamente caprichosa y esporádica. Esporádicos son Ovidio, Victor Hugo, o Kafka. Si el día de hoy estos autores son leídos, no es porque sus obras posean una cualidad intrínseca llamada “gloria” o “eternidad”, sino simplemente porque el viento que esparce sus motivos en la arena así lo ha dispuesto. Por supuesto, tal perspectiva resulta dolorosa: retirado el concepto de civilización, la humanidad pierde su identidad, su espíritu, su gloria, su eternidad, su “polvo enamorado”.

Y sin embargo, liberado del concepto de lo memorable, puedo jugar con la memoria libremente a mi antojo. Afichar mis columnas en un soporte digital llamado “blog”, insistir en recordarlas, coleccionar palabras como otros coleccionan insectos, deja de ser una forma de permanecer para convertirse en una forma de estar.

No es pérdida: que el viento esparza sus motivos no impide al niño dibujar sus propios trazos en la arena. Queda claro que al final el viento siempre termina borrando las figuras de aquél, pero al niño –si en verdad es niño– eso le importa muy poco: le importa jugar.

Pues eso. Estoy jugando. Seguiré jugando.

Jugar es vivir en la muerte.


(Columna publicada el 5 de mayo de 2007.)

El hígado de Yeltsin


Poco a poco se ve que ya estamos en pleno siglo XXI. Los gobernadores de los antiguos regímenes totalitarios mueren liquidados (Milosevic, Sadam) o simplemente de senilidad y decrepitud (Lucas García, Pinochet). También los gobernadores de transición están cayendo: Yeltsin.

Y es de Yeltsin de quien quiero hablar ahora. Es curioso, pero una de las cosas que más yo recuerdo de cuando Yeltsin estaba en el poder es una nota que apareció en un diario local en donde se hablaba de su mala salud: un infograma sofisticado mostraba la miríada de cosas que no funcionaban bien en su cuerpo, ni pocas ni desdeñables. Muchos de esos síntomas provenían de una dinámica afición al vodka. Imaginemos el hígado de ese hombre alegre (su hígado era una metáfora del país entero). Es decir que los rusos tenían a un dipsómano por presidente.

Que aún así, duró mucho más de lo esperado (76 años).

A Yeltsin se le recordará por varias cosas. Es la primera figura de poder que emerge luego del último estruendo soviético (primer presidente electo ruso). Fue enterrado por un alud: el desempleo, la colectiva crisis infinita de un mamut reagonizante, la corrupción oportunista, circunstanciada por décadas de burocracia. Una Rusia en harapos. A la vez, de Yeltsin proviene ese gran desajuste que hoy llamamos Chechenia (cuando se dice que Yeltsin llevó al país a un nuevo derrotero sin derramamiento de sangre es completamente relativo). También lo recordaremos por su relación con Gorbachov, con quien tuvo desencuentros famosos. En su biografía, por fin, está su dimisión. Las democracias asisten a su entierro. La Plaza Roja no será depositaria de sus restos.

He leído las declaraciones mortuorias pronunciadas por distintos contemporáneos suyos (Solana, Bush, la Thachter, Gorbachov, Chirac). Son éstas palabras ampulosas, institucionales, previsibles, y vacías. Así es como Yeltsin será amortajado por la historia. Sobre él han puesto una bandera de retóricas.

¿Mencioné la causa de su muerte? No fue el hígado. Fue el corazón.


(Columna publicada el 28 de abril de 2007.)

33


Los Estados Unidos ha parido un nuevo episodio carnicero: la matanza de Virginia.

Presuntamente, un estudiante ingresó al campus de la Universidad Tecnológica de Virginia, disparando a quemarropa, y provocando 33 muertes, incluyendo la propia.

Hay un efecto de negación en torno a estos fenómenos. En su momento, se le dio una atención extensiva al monstruoso 11/S, pero me parece que igual importancia se le debió dar al otro gran landmark sociocultural de las últimas décadas: Columbine. Columbine representaba la psicosis construida en la intimidad del capitalismo, y no en su exterioridad civilizatoria. No muchos cineastas (y menciono a los cineastas en específico, dado lo que representan en la cultura estadounidense) se interesaron por el fenómeno, aparte del apreciable Michael Moore. Gus Van Sant sí lo hizo –con una obra memorable. Pero Gus Van Sant es una excepción, y no hay otros muchos como él, que posean semejante, exquisita sensibilidad para comprender e investigar la pérdida de inocencia en el alma estadounidense, esto es: la muerte del espíritu whitmaniano.

Columbine daba continuidad a otras matanzas, así por ejemplo a la matanza de Waco, eximiéndola de tajo de una interpretación puramente religiosa, puesto que demostraba que la locura estaba en todos las habitaciones colectivas, sin excepción. Se trataba –y se trata– de un problema general de los Estados Unidos (y vivimos, lo queramos o no, en un mundo estadounidense). Síntoma de un estilo de vida que al desconectar a sus habitantes de sus necesidades materiales, crea desconexiones patológicas, borra el respeto por la vida en su manifestación más directa y biológica.

Es terrible que en los últimos años el diseño gubernamental haya establecido en los Estados Unidos semejante énfasis en la política externa; como consecuencia, la mirada introspectiva se fue muriendo de inanición (el caso de New Orleáns es representativo). Pero no es con ignorarlos que los problemas se van a resolver.


(Columna publicada el 21 de abril de 2007.)

La nueva ministra

El presidente: primero reacio a degollar, pero no le quedó de otra: Vielmann, Sperinsen. ¿Cómo aplacar la sed pública, partiendo de allí? Una pérdida institucional de ese calibre –a ese nivel– no es fácilmente compensable.

Al tiempo nos enteramos que Adela de Torrebiarte fungiría como nueva ministra de gobernación. Ya antes se había barajado su nombre para esta cartera (antes con el presidenciable Álvaro Colom); y ella había hecho manifiesta su disposición a servir en el sector público… Una movida sencilla, sagaz por parte de Berger.

Conocida a la vez como activista de los derechos humanos (en Madres Angustiadas) y activista del fútbol nacional, ya ha dado pruebas de que sabe emplazar voz y gestión en todo lo que hace. Madres Angustiadas es una agrupación civil que surge en respuesta a la crisis de la inseguridad pública (epitomizada en la ola de secuestros que nos tenía de rodillas hace unos años); a la ministra, por tanto, el tema no le resulta forastero.

En un principio, no comprendí por qué Adela de Torrebiarte habría de asumir el cargo, teniendo tan poco tiempo, tan pocas posibilidades de cambiar nada (y con semejante prólogo, semejante proemio siniestro: el de los salvadoreños asesinados…). Un tiro perdido en la noche, pensé.

Pero luego me dije: si bien es cierto que la ministra no podrá conseguir cambios estructurales en verdad funcionales, también es cierto que nadie le podrá acusar, al final de su período, de no haberlos hecho: todos sabemos que la cartera de gobernación es un sumidero cósmico, y que un sumidero cósmico no se limpia en ocho meses. Visto desde tal punto de vista, el haber aceptado el cargo constituye un sablazo estratégicamente impecable (siempre y cuando Adela de Torrebiarte busque prolongar su carrera política) que la fundió duraderamente, en la percepción general, con el arquetipo de la rescatadora.

Y nadie descarta que la ministra logre incluso precipitar un golpe catapultador –y con uno solo bastaría– en estos ocho meses venideros. Sería por demás interesante verla subir a otro nivel en la vida nacional.


(Columna publicada el 7 de abril de 2007.)

Preservar la claridad

Robert F. Kennedy habría de inmortalizar la frase (sin duda apócrifa y no de origen chino, como se ha pretendido) que dice: “Que puedas vivir en tiempos interesantes”. Parece una especie de bendición, pero a menudo se ha destacado también su carácter irónico.

Sin duda en Guatemala estamos viviendo meses interesantes: primero el caso de los salvadoreños, con todas sus pintorescas ramificaciones; la venida de papá Bush; inmediatamente después, lo del BID… Ciertamente, la vida pública nos ha regalado a los columnistas inspiración en paleta.

Por estos días, es el encuentro indígena en Iximché lo que debería de llamarnos la atención. Al momento en que escribo esta columna (martes), se dice que contará con la presencia de Evo Morales, que como se sabe ha conseguido el legítimo rockstardom de la América Originaria.

No dudo que su presencia sea fundamental en un encuentro como éste (o la presencia de Rigoberta Menchú); espero no obstante que mantenga elegancia, discreción, bajo perfil, puesto que una cumbre como ésta –tan fácilmente vampirizable– en realidad rebasa en importancia las personalidades concretas, sobre todo las políticas –los eslóganes, el bling bling. Al menos, en teoría. En la práctica, los planos fornican burdamente. Es inevitable. Hay demasiadas cosas en la mesa. Todo revuelto. Pero que esté revuelto no quiere decir que sea lo mismo. Por ejemplo, no deberían permitir los indígenas que su espiritualidad termine convirtiéndose en un sotofondo espectacular hecho para formular un axis de reclamo colorido y emplumado, como los mayas de Mel Gibson. Separar la práctica espiritual de la reivindicación política tiene un sentido, un sentido que no es apenas “occidental”.

Una perspectiva cortoplacista puede reñir con lo aquí dicho. Pero preservar la claridad, incluso a costa del propio poder, asegura raíces y fundamentos sólidos. Lo que está en juego –la construcción de una plataforma continental panindígena– es algo mucho más grande que cualquier figura, percepción, o moda.


(Columna publicada el 31 de marzo de 2007.)

Muerte de Mickey Mouse


Dadas las circunstancias en el país, no he podido en estas últimas semanas dedicarle una columna a Jean Baudrillard, el filósofo francés (aunque poco apreciado en Francia, según entiendo, en cambio adorado en los Estados Unidos), y muerto el 6 de marzo.

No es que lo conozca tanto, pero aquello suyo que leí causó un efecto seminal en mí y mi forma de escribir.

Cuando se piensa en la obra de Baudrillard, no se piensa en una sólida musculatura investigativa, sino más bien en un tejido evanescente, borroso, titilante, ondulante, hecho de multitud de insights, brotando en el espacio como partículas subatómicas.

Un amigo me dijo hace varios años que Baudrillard era el Mickey Mouse de la filosofía. Y en verdad, la categoría de “filósofo” no rima con su persona –prefieren llamarle sociólogo, intelectual.

Y sin embargo, logró amasar algunos conceptos duraderos que quedarán para siempre establecidos en la llamada filosofía de la posmodernidad: simulacro, seducción, desterritorialización. Su obra es larga, y siendo tan popular –y por lo mismo acaso– mal leída. Hemos leído mal a Baudrillard, y los que de él desconfían apenas lo conocen. De Marcuse a Baudrillard se ha dado un arco teórico extraordinario, un movimiento nada desdeñable, y sin embargo, a menudo, desdeñado.

Sus discernimientos acerca de la neoguerra son invaluables, discernimientos que él ya había decidido antes de la guerra del Golfo. Lo curioso es que con el advenimiento de Kosovo, ya todos los intelectuales –eso se notaba mucho en las columnas de la época– habían robado un poco del espíritu baudrillardiano.

Baudrillard, para decir el simulacro, acude al simulacro mismo, y videojuegos, supercarreteras, tecnologías, televisión, pornografía, parques temáticos, clonación, entre otros, se transforman en apelaciones fustigantes, metáforas de autoexplicación.

Muerto Mickey Mouse, se le fue removido por fin el traje: naturalmente, debajo estaba Mickey Mouse.


(Columna publicada el 24 de marzo de 2007.)

La guerra de la percepción


Vino; vio a las cámaras; se fue.

La brevísima visita del presidente de los Estados Unidos implica una cierta desproporción respecto a la cantidad de esfuerzo, energía, especulación, capital humano, y capital a secas, que en tal visita se invirtió.

Yo creo que está pensado para que así sea. Se concertó una aparición discreta, suavecita, de Bush, pero, a la vez, y de otro lado, no escatimaron esfuerzos epatantes para mostrar el aparato y poderío de los Estados Unidos (agentes, aviones, una avanzada dramática, casi indecente). Un gran teatro para un simple monólogo.

Es el clásico binomio del policía bueno y el policía malo. Ya saben: en las sesiones de interrogación siempre hay un policía afable (Bush en Iximché, tocando verduras, jugando con niños) y luego el policía malo (esos aviones atrozmente ruidosos, sobrevolando la ciudad, el ejército en las calles).

Queda claro que la gira de Bush por los Estados Unidos fue pensada –no privativamente para hacer acuerdos políticos– sino en primera instancia para agenciarse percepción, últimamente acaparada por Chávez, como se sabe. Incluso la alianza Brasil/EEUU en el tópico del etanol conduce no a un interés genuino por la bioenergía, sino es más una reapropiación pública del territorio latinoamericano, a través del símbolo más contendido y voraz del momento: el combustible.

Es por lo mismo que Bush vino a Guatemala y no fue a El Salvador. Se pensaría que El Salvador era su parada formal en Centroamérica, pero en realidad los Estados Unidos no necesitan de El Salvador, que ya tienen explícitamente a su lado. Pero incluir a Guatemala en la gira era arriesgado: como ejemplo de aliado democrático de los Estados Unidos, Guatemala es un ejemplo deplorable, no se diga en estos días.

Algunos dicen que Chávez tiene ya suficiente poder como para obligar a Bush a salir del corral. Eso, en parte, es cierto. Pero no hay que subestimar la capacidad de Washington de rehacer una política externa agresiva vis-à-vis de Latinoamérica.


(Columna publicada el 17 de marzo de 2007.)

El término medio

Multiplicación de personajes (Soto, Figueroa) en este relato macabro, todos segmentos de un espejo hecho astillas. Tal y como en el cine, si estimulas lo suficiente a tus espectadores, se perderán en un laberinto de percepciones. Lección aprendida del terrorismo: cualquier crisis se ablanda al dividirla en todas las historias individuales que la conforman, dado que la atención del consumidor de información es relativa, y que la indignación al carecer de dirección se aguada. Los hay quienes afirman que a eso se debe el silencio de Berger: evitar a toda costa una referencia unificadora. Superfragmentación política.

Y sin embargo, se ha dado asimismo el fenómeno inverso: la superabstracción del problema, que consiste en hablar de la Seguridad Pública con mayúsculas, de Limpieza Social, y otras generalidades (el ministro Vielman en Libre Encuentro hablaba, un ejemplo, de Institucionalización). Palabras vagas y vacías, gigantescas como galpones: en ellas cabe, más o menos, cualquier cosa. Hablar de Escuadrones de la Muerte es necesario (porque al fin no otra cosa son, y porque es preciso poner la atención internacional de vuelta en este país) pero el problema es que esta clase de jerarquías del lenguaje público desconcretizan y desapellidan la realidad, la hunden en un oprobioso anonimato, trampa de la cuál nunca salimos luego del enfrentamiento armado (se hablaba del Ejército y la Guerrilla, que era una forma de no hablar). Un acto de corrupción es una actualidad de relaciones vivas, no un croquis.

Volvamos al terrorismo. Cuando hablamos de terrorismo nos imaginamos una red organizada y básicamente vertical (puesto que en nuestra cabeza todas las abstracciones tienden a la verticalidad). Y sin embargo, al ver de cerca una organización como Al Qaeda, uno se da cuenta que es todo lo contrario: organismo que funciona transversalmente, por medio de células espontáneas, compuesta, básicamente, por rostros.

Entre el vicio de la superfragmentación y el vicio de la superabstracción debe darse un término medio.

(Columna publicada el 10 de marzo de 2007.)

Los abades negros

El asunto de los salvadoreños se aceleró grotescamente. Con la implicación del Dinc –cuya genealogía se remonta a la mítica Judicial, pasando por el SIC, instituciones todas de probados asesinos– esto ya se había convertido en una angustia nacional. Imagino a esos abades negros de la noche homicida, surcando la carretera tras sus víctimas… Y éstas, muertas en condiciones particularmente oprobiosas (tuve a un amigo que liquidaron similarmente –lo cuál deja, créanme, una secuela muy fría en el espinazo…) Pero luego la ejecución –liminar, previa a cualquier declaración orientadora– de los mismos asesinados nos sumerge a todos en un clima de desesperación, y enrarece –significativamente, diría yo– las venideras elecciones. Es lo que faltaba al gobierno de Berger para quebrarse, por el lado de la seguridad pública. La última imagen que tendremos de Berger será desconfiada y amarga.

¿Cómo escogen a estos policías, me pregunto? Ramas organizadas como el Dinc deberían ser sometidas a un proceso de vigilancia periódica, como las letrinas de los restaurantes de comida rápida, en donde entran individuos de toda especie. Lo que más me impactó en un principio es la edad de algunos de los elementos que se encargaron de ajusticiar a los salvadoreños; mi edad, más o menos… Y con todo ese poder ya en las manos, como una granada de fragmentación. Por supuesto, un poder relativo. El verdadero poder lo tienen hombres más tercos, más desalmados, con suficiente injerencia en la policía, y en el sistema penitenciario, para sostener un operativo de tal envergadura, complejo, como se ha visto, construido en sucesivas fases. Es, realmente, preocupante.

El hecho de que los asesinados sean miembros del Parlacen, y extranjeros (es de esperar antiguas tensiones entre vecinos), le va poniendo a todo el relato un acento de thriller político sin fondo ni luz.

Nuestras viejas miserias no han desaparecido. No desaparecerán nunca. De la boca de los fusiles de ataque especializados salen susurros, que los abades muertos escuchan…


(Columna publicada el 3 de marzo de 2007.)

Menchú/Montenegro


Por estos días, la carrera electoral amenaza con ponerse más interesante: diálogos entre Rigoberta Menchú y Nineth Montenegro, conformando un binomio completamente voraz, original, y, por qué no, con serias posibilidades de embrocar. Tendrán acaso muchos detractores, pero de otro lado cuentan con la confianza de un resto de gente, tanto por separado como asociadas, y el apoyo concedido de la presencia internacional, de Evo a Europa. En un mundo ya plenamente interdependiente y globalizado, esto último es capital, esto es: capital político, se entiende.

Siempre he sentido gran simpatía por Nineth Montenegro. Esa mujer suda tenacidad, y no lleva los párpados cosidos, como no pocos de sus colegas, que se descerebran a gusto en las plenarias. En Montenegro se yuxtaponen justicia, acción, y unos ovarios a estas alturas icónicos en la vida pública nacional. Ha sabido desempeñar con indignación y honor su puesto en el Congreso, que demanda de ella una posición crítica: establecer anomalías, señalar, corregir.

Por supuesto, una relación operativa con el Gobierno Ejecutivo supone un cambio de modus operandi: mudar de lo reactivo al spotlight, con un grado de dinamismo incluso para ella desconocido. ¿Es lo mejor esto para el EG? ¿Y para nosotros? El tiempo lo dirá. Es de tomar en cuenta que ir a la sombra de Menchú supone –son todas las afinidades que puedan existir entre ambas, y los pactos de participación– un cierto número de concesiones: dos personalidades no necesariamente parecidas, después de todo, con proyecciones humanitarias aún individuales, y senderos muy propios de lucha.

Por de pronto, hay que alegrarse porque se están dando estas negociaciones entre Menchú y Montenegro (al momento de escribir esta columna no han llegado a una resolución), negociaciones históricas, negociaciones propiamente de la historia, que ya exige a mujeres al mando de las cosas. Enhorabuena.


(Columna publicada el 24 de febrero de 2007.)

Ornitología


De la candidatura de Rigoberta Menchú hay que alegrarse, porque mejora el caudal electoral. Cuando los candidatos son múltiples y fuertes, puede decirse que se vive en una democracia relativamente sana. Cuando los candidatos en cambio son múltiples y débiles
–políticamente débiles (los advenedizos, los rostros surgidos de la nada)– entonces hablaremos de una democracia sintética. Con pocos candidatos aunque fuertes, se establece el maniqueísmo y la división social. Y cuando no hay variedad de ningún tipo, el monopolio y la autocracia.

Preocupa un poco la urgencia con la cual aparece la Menchú en el contexto votante, no obstante. Con tal decisión repentina, adelanta su compromiso presidencial cuatro años, lo cuál no es por fuerza sabio. Un partido es algo que debe irse configurando, solidificando, como los estromatolitos en la mar (y del movimiento Winak sabemos en realidad poco). A lo mejor, busca con ello alinearse al axis de la izquierda continental, que está viviendo sus quince. El mayor problema es que deberá buscar figuras que cacen con la suya, y puestos a correr, habrá que usar el martillo para lograr junturas.

La noticia se ha dejado sentir en el mundo, en efecto cine. Y es que la Rigoberta es la Monroe de la narrativa cultural. Una página a full color. Como lo fuera ya Mandela en su tiempo. Esto le granjeará accesos y pases a la hora del cabildeo. Y a todos nosotros, en tanto que Guatemala ha dejado de ser un centro ornitológico de preferencia (el mundo tiene puestos los ojos en las aves violentas de Irak) y ha pasado a segunda, tercera o cuarta categoría.

La Menchú ha dicho algo que a mí en lo personal me ha conmovido: “Después de 200 años de vida republicana, en la que los indígenas hemos ejercido sólo como electores, ahora hemos decidido ejercer nuestro derecho constitucional de ser electos”. Quiere decir que hay una diferencia entre votar (o incluso botar) el poder, y en efecto tenerlo.

El epicentro racista ya se ha puesto a temblar, encabezado por el siniestro Palmieri.


(Columna publicada el 17 de febrero de 2007.)

Buenaspecto


Por estos días, gran revuelo por eso del transmetro, no tan funcional que digamos, de acuerdo a los diarios. En un país que se ha dedicado a negrear de chirices el compuesto demográfico, uno se pone a meditar sobre eso de las ciudades y el destino de la especie.

Está ese libro de Félix de Azúa titulado La invención de Caín; me lo habré gozado leyéndolo en alguna capital europea; en una de esas capitales que son, justamente, el tema del libro. El título por demás no pudo ser mejor escogido. Toda ciudad, míticamente, es de origen cainita. Y en efecto: ¿quién no ha sentido esta oscura procedencia suya, que es su corazón y su fundamento?

Eventualmente, nos tuvimos que preguntar si la reproducción humana era en sí misma buena, agradable y perfecta, o si a lo mejor había que asignarla al campo sensible de la patogenia. En 1798, Malthus publicaba su Ensayo sobre el principio de la población. Algo tardamos en darnos cuenta que la más grande epidemia de la humanidad era la humanidad misma. Los humanos, dando vida, preparaban su propio magno cadalso.

Quizá lo más desmoralizante de esta epidemia es que es imparable; no hay forma de reducirla –y no se puede decir que no se haya intentado.

¿Recuerdan aquel imperativo: “procura que tu cadáver tenga buen aspecto”? En un contexto social avanzado, digamos planetario, esta misión le corresponde, exactamente, a los urbanistas. Los urbanistas son los embalsamadores del cadáver social.

Acondicionar el capital humano no ha sido fácil; llevamos siglos en ello. Roma, Grecia. Hemos llegado a encontrar soluciones diáfanas, bien diseñadas. Y nuestros biznietos (que a lo mejor ya no existirán, debido al calentamiento global, como nos lo ha querido explicar enfáticamente Al Gore, propuesto recientemente para el Nóbel de la Paz) tendrán la oportunidad de ver mejores, más pasmantes diseños incluso. ¡Oh, todas esas hermosas sardinas, matándose por un poco de aire civilizado!

(Columna publicada el 10 de febrero de 2007.)

El notable Kapuscinski


Con gran tristeza, recibimos la noticia de la muerte de Kapuscinski. Ha desaparecido un periodista de verdad, un varón humano al servicio de la mirada.

En efecto, ver fue su destino. Si el notable Kapuscinski había visto, entonces podíamos creer. Pero ahora, ¿qué nos queda? ¿CNN? Por Dios.

La suya fue una indignación gigantesca, pero siendo gigantesca evitaba el protagonismo a toda costa, y menos la comedia. Lo cuál se le nota en la prosa, fértil pero sobria. Todo lo contrario a Los ejércitos de la noche, por ejemplo, de Norman Mailer, un libro que en lo personal aprecio, pero que no deja de ser empalagante y ostentoso: la clase de libros que sólo pueden hacerse cuando, bueno, no se está en peligro real de morir. En Un día más con vida este estilo tan desornamentado y frugal de Kapuscinski rima con las condiciones absolutamente precarias de un Angola hundida en el apocalipsis.

No le interesaba el Occidente enajenado, sino el ajeno Tercer Mundo, el gran Hemisferio de la Sombra, con su sangre en las banquetas, y sus extrañas víboras en el poder (Haile Selassie). Sus crónicas quedarán como valiosísimos diamantes, incunables, casi, en un mundo sádico que ya no sabe ni recuerda porque se fue a la guerra.

Como corresponsal de guerra, Kapuscinski vivió toda clase de vejaciones y la incertidumbre radical de la pena de muerte –en cuatro ocasiones distintas. Pero siempre salió con vida, y hasta recibió, por ello, el Príncipe de Asturias. El polaco tuvo la valentía de ser humano en condiciones inhumanas. De buscar con el mejor maldito olfato periodístico de todos los tiempos el lugar exacto en donde la humanidad estaba viviendo su drama más carnicero; de tocar al prójimo más fantasmal; probar, humildemente, su humilde comida, y compartir también su hambre, y escucharlo en las noches sin fin: sus susurros, sus lamentos; y de verlo a los ojos, sin sentir jamás vergüenza.


(Columna publicada el 3 de febrero de 2006.)

Sobre Apocalypto


Algunos susceptibles sin remedio se han escandalizado porque Mel Gibson se atrevió a considerar que los mayas eran otra cosa que avatares al servicio de la astrología y la conciencia cósmica. Con esos aires de legislador romano, acusan el tono y fondo de la película hasta el hueso, como si de ello dependiera, nuclearmente, la vida de sus hijos. Son los emisarios fundacionales de la patria cosmogenésica.

Deben de haber millones de películas, situadas en algún momento específico de la historia, más torpes, más falsas, que Apocalypto. Y sin embargo, no se hizo tanto escándalo por éstas, ni se gritó tanto que yo recuerde. ¿A qué se debe el revuelo?

No sé el caso de México, pero en Guatemala se cristalizó todo un proyecto de blanqueamiento y sublimación de la cultura maya en el seno de las escuelas, con tintes, más o menos, cívicos. Así fue cómo el Popol Vuh y las antiguas leyendas pasaron a ser un tejido puesto allí para detener las espesas pulsiones de una identidad gorgoteante y mal resuelta. Es parte de nuestra demagogia sentimental.

No soy especial fanático de Gibson, pero me parece que hay una especie de linchamiento a su persona que ciertamente no reciben otros directores en Hollywood, ciertamente menos aventados que él, lo cuál me da pie a pensar que ésa es la causa de que lo hostigan tanto, y con tanta asiduidad. Sabemos que la verosimilitud no es su fuerte ni lo ha sido nunca. ¿Y qué? Así por ejemplo, en Braveheart, el líder escocés William Wallace grita, patética y heroicamente, mientras lo están eviscerando vivo: “¡Libertad!”. Como si eso fuera posible. En semejantes condiciones, Wallace estaba, a no dudarlo, pidiendo perdón, y dispuesto a lamer el primerísimo retrato del rey Eduardo I que le pusieran delante. Pero otra vez: ¿y qué? Si Vd. quiere exactitud, entonces váyase una temporada al Mirador con los mosquitos y los epigrafistas y que le expliquen.


(Columna publicada el 27 de enero de 2007.)

Correa


Le costará caro al imperio la hinchazón de Irak. La izquierda latinoamericana no sólo se está recreando; más allá de eso, se aglutina, unifica.

Viendo en televisión la toma de posesión de Correa, en Ecuador. Se le veía entregado, joven (43 años). Al fondo, los grandes cuadros de Guayasamín, y muy cerca, Hugo Chávez, calmo. No me resulta nada arbitrario que Correa lo haya puesto allí, a Chávez, justo allí, en donde todas las cámaras iban a capturarlo. También asistieron a la ceremonia de investidura Evo Morales, Daniel Ortega, Luiz Ignacio Lula, Bachelet, en fin, la camarilla completa. Ya hacen bulto. En este momento focalizado de la izquierda continental, uno se pregunta: ¿en dónde está la izquierda local, en año de elecciones? En la esfera de las ánimas errantes, por allí.

El discurso de Correa no fue uno de medias tintas. Clarito habló de un “socialismo del siglo XXI” –¿en qué, exactamente, consiste un socialismo del siglo XXI?–, de la “gran nación sudamericana”, de la “amarga noche neoliberal”, de la “revolución ciudadana”, y ya insistiendo, en una Asamblea Constituyente (programada para marzo), que viene a ser un claro desafío al Congreso (primer día y paf), y puso además énfasis en una renegociación de la deuda externa. Correa es economista, estudió en Illinois. En general, es un cuadro interesante, impulsivo, a lo mejor precoz, en un país que necesita más bien, como todos en Latinoamérica, paciencia institucional. Pero la paciencia se acaba, como la pólvora.

Entre las cosas interesantes que hizo de entrada Correa es feminizar el gabinete (siete mujeres), así como bajar significativamente el salario a los funcionarios del sector público, incluyéndose naturalmente.

Preguntas: ¿podría haber nacido Correa sin Chávez? ¿No es un mero satélite, un gobierno espejo? Hay una especie de mimesis, un trazado replicante que ya hemos visto antes: la consulta popular, la ceremonia indígena, el discurso bolivariano. Todo ha sido muy platicado, entre estos jefes de estado.


(Columna publicada el 20 de enero de 2007.)

Caballeros


De pronto las elecciones, que eran un mar de tedio (y las eternas vallas de Otto Pérez Molina, y la flemática presencia de Colón), se han visto remozadas por la inclusión de Alejandro Giammatei al frente de la GANA, y de Harold Caballeros buscando incorporarse a la contienda. El panorama electoral, que ya estaba como eternizado, se dislocó y regeometrizó en otra figura.

De Giammatei hablaremos más adelante. De momento, nos centraremos en la figura de Harold Caballeros, conocido líder espiritual, fundador de la iglesia el Shaddai, que se apartó de sus funciones religiosas para poder convertirse en hombre de estado. Jurídicamente, el imperativo laico así lo exige. Tiempo y agenda igualmente lo demandan. Y tiempo es lo que Caballeros no tiene. Aún debe ir a cazar firmas, estructurar la campaña, explayar la red proseletista… El partido VIVA llevará seis años de ser creado, pero su existencia real, pública, estratégica, es infinitesimal, tanto así que no es seguro que aglutine siquiera el voto evangélico (la comunidad evangélica es pródiga en divisiones), para no hablar del católico.

Caballeros sostiene que conoce perfectamente cuál es la distinción entre iglesia y estado. ¿Pero, aún así, no es ésta sólo una afirmación nominal? No deja de preocupar que este hombre, habiendo adquirido tanto poder en una esfera de la existencia, lo busque ahora en otra. ¿Sería excesivo titular semejante postura de totalitaria?

No, si se toma en cuenta que el totalitarismo tiene grados y niveles. Lamentablemente, cuando hablamos de totalitarismo generalmente hacemos referencia al hombre del bigotillo y la svástica, lo cuál radicaliza el concepto, y lo vuelve de esa suerte inoperante. Y, por otro lado, confundimos lo totalitario con el ejercicio simultáneo del poder en territorios diferenciados de la existencia, cuando en realidad puede muy bien poseer un carácter sucesivo, y recolectar por igual, gradualmente, el contenido general de las conciencias.

Quizá, para no incurrir en diatribas agotadoras, habría que hablar del integrismo protestante, que en este caso busca asertivamente la coalición tanto de los medios de comunicación, el poder estatal, y el poder religioso.

Puede parecer que tengo un prejuicio contra el señor Caballeros. La verdad es que le tengo mucho respeto, y en un sentido estoy muy feliz de que se incorpore a las elecciones. Pero allí está, justamente: hay que separar las cosas.


(Columna publicada el 13 de enero de 2007.)

Una muerte institucional


Al cabo de un proceso horriblemente tedioso, ahorcaron sorpresivamente a Sadam Hussein.

Quizá fue cómo se resolvió con semejante urgencia algo que, no obstante, ya estaba más que escrito y anticipado desde hace años, lo que nos puso a todos los pelos de punta.

Sus verdugos temieron que si no lo hacían ahora no iban a poder a hacerlo más tarde. Semejantes supersticiones se dan en las épocas de cambio, que son épocas elásticas, moldeables, como los cuadros líquidos de Dalí, escenarios flotantes que pueden dispararse para una u otra dirección. Pero una ejecución pública es (ha sido siempre) un acto fuerte, afirmante, coagulante, cimentador.

Y Hussein siendo un magneto al fin tan significativo, más valía apurarse. Después de todo, no era la primera vez que faltaba a una cita con la muerte. Teniendo una veintena de años, Hussein intentó asesinar al primer ministro Abdel Karim Kassem, y tuvo que salir de Irak, vestido de mujer, para no ser muerto. En 1979, luego de la “dimisión” de El–Bakr, Hussein inició una dictadura que habría de durar casi un cuarto de siglo. Quince días después de haber tomado el poder, ahogó una conspiración en su contra matando a treinta y cuatro personas. A lo largo de su carrera militar, fueron muchos quienes quisieron acabar con él. Son proverbiales las medidas de seguridad que empleaba para evitar atentados (se hacía rodear, por ejemplo, de “catadores” en todas sus comidas, para evitar que lo envenenasen). Más recientemente, Hussein pudo sobrevivir a dos operativos más bien aceitados de los Estados Unidos (uno de ellos desperdició varias bombas de perforación) para liquidarlo.

Pero Sadam Hussein no murió en un atentado. Ni en un episodio castrense épico. Ni siquiera lo mataron fusilado, como quería. Murió destripado por los engranajes jurídicos. Para estos dictadores, que se rieron tanto de las instituciones, no debe ser fácil morir a manos de ellas.


(Columnas publicada el 6 de enero de 2007.)

Año electoral

El año que viene es año de elecciones. No es cualquier cosa. No es ir a comprar el pan. Supone un dispendio considerable y un desgaste y una inversión crítica por parte de nuestra alma colectiva, si hay tal cosa. Hay que prepararse. No vamos a ir así medio ciegos al matadero.

Terminado este período de gobierno, sin señas aún visibles de estar convulsionando, a pesar de que se ha visto afectado por aprietos considerables (por ejemplo: el Stan, o más recientemente, la crisis hospitalaria), la gente, que tiene eso de lobo, estará sedienta de sangre. Siempre es así. Y siempre pervive el riesgo de que votemos atléticamente por el más equivocado. Hay una filosofía de ruleta rusa que surge puntualmente en estas circunstancias, no me pregunten por qué.

En otras ocasiones, hemos tenido que ir a las urnas a escoger entre personalidades políticas bastante mediocres, nada heroicas, pero al menos, si algo, se trataba de perfiles claros, capturables. Votabas por tal o tal otro y ya sabías a qué atenerte. Ahora, hay mucha mediocridad, otra vez, pero además ambigüedad a más no poder, ambigüedad que ya va siendo nubosidad. Eso: falta de forma, falta endémica de forma. Hasta el Jorobado tenía su aspecto.

Como que urge un acicalamiento general de la población, como que urge que apuntalemos. Los espacios de asimilación crítica ya deberían estar más que establecidos; debería de estar construida, y dada a conocer, la agenda del diálogo. En lugar de eso, las luces hipnóticas, oscilantes de la Navidad, todavía nos tienen embrutecidos.

Existen una o dos opciones que presentan un grado de civilización, pero tan poco realistas ya en la perspectiva de los comicios. Y aquí todo será un asunto de asumir la realidad… y a la vez de rechazarla un poquito. Un balance, como dicen los columnistas indigentes.

Dicho de otro modo: no siempre se vota para ganar, pero sí se debe votar con el objetivo de formar una masa de representación. Por lo menos, dejar una oposición aceptable.

Les deseo un feliz año nuevo.


(Columna publicada el 30 de diciembre de 2006.)

 
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