Sobre Apocalypto


Algunos susceptibles sin remedio se han escandalizado porque Mel Gibson se atrevió a considerar que los mayas eran otra cosa que avatares al servicio de la astrología y la conciencia cósmica. Con esos aires de legislador romano, acusan el tono y fondo de la película hasta el hueso, como si de ello dependiera, nuclearmente, la vida de sus hijos. Son los emisarios fundacionales de la patria cosmogenésica.

Deben de haber millones de películas, situadas en algún momento específico de la historia, más torpes, más falsas, que Apocalypto. Y sin embargo, no se hizo tanto escándalo por éstas, ni se gritó tanto que yo recuerde. ¿A qué se debe el revuelo?

No sé el caso de México, pero en Guatemala se cristalizó todo un proyecto de blanqueamiento y sublimación de la cultura maya en el seno de las escuelas, con tintes, más o menos, cívicos. Así fue cómo el Popol Vuh y las antiguas leyendas pasaron a ser un tejido puesto allí para detener las espesas pulsiones de una identidad gorgoteante y mal resuelta. Es parte de nuestra demagogia sentimental.

No soy especial fanático de Gibson, pero me parece que hay una especie de linchamiento a su persona que ciertamente no reciben otros directores en Hollywood, ciertamente menos aventados que él, lo cuál me da pie a pensar que ésa es la causa de que lo hostigan tanto, y con tanta asiduidad. Sabemos que la verosimilitud no es su fuerte ni lo ha sido nunca. ¿Y qué? Así por ejemplo, en Braveheart, el líder escocés William Wallace grita, patética y heroicamente, mientras lo están eviscerando vivo: “¡Libertad!”. Como si eso fuera posible. En semejantes condiciones, Wallace estaba, a no dudarlo, pidiendo perdón, y dispuesto a lamer el primerísimo retrato del rey Eduardo I que le pusieran delante. Pero otra vez: ¿y qué? Si Vd. quiere exactitud, entonces váyase una temporada al Mirador con los mosquitos y los epigrafistas y que le expliquen.


(Columna publicada el 27 de enero de 2007.)

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