Sangre en la mezquita
Abdul Rashid Ghazi sucumbe, naturalmente. Con todo y su madre. A los dos podemos agregar unas sesenta, setenta víctimas, ciento cincuenta, quién demonios lo sabe a ciencia cierta. Las cifras como siempre han sido bien manoseadas. Cuerpos y cuerpos, eso sí; el único movimiento asociable a ellos es el de las moscas que los visitan. Uno no se imagina a un presbítero en una iglesia católica liderando una moción semejante, en nombre de Cristo, hoy. No queda descartado sin embargo que ocurra prontamente, a como van las cosas. Lo interesante es observar cómo se va escalonando la tensión, cómo se va concretizando, endureciendo. Lo de Islamabad empezó con estudiantes moralizando en las calles, nomás. Luego vinieron los secuestros, junto a una progresiva magnetización en torno a la sharia, o ley islámica. La violencia es el útero en donde el dogma crece, celularmente. Finalmente, se atrincheran. No ceden. El ejército interviene.
El templo de Islamabad no es una cosita. Se requiere de mucha paciencia, de mucha pólvora para reapropiarse de ella. Y además la resistencia resultó ser menos hospitalaria de lo que los soldados pensaban (se habló luego de una vinculación con Al Qaeda). No obstante, poco a poco los fueron a corriendo a los amotinados, a los sótanos. Al momento de escribir la nota, no hay colofón definitivo, pero se presiente. La Mezquita Roja, más roja que nunca, es noticia mundial.
(Columna publicada el 14 de julio de 2007.)
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