Caballeros


De pronto las elecciones, que eran un mar de tedio (y las eternas vallas de Otto Pérez Molina, y la flemática presencia de Colón), se han visto remozadas por la inclusión de Alejandro Giammatei al frente de la GANA, y de Harold Caballeros buscando incorporarse a la contienda. El panorama electoral, que ya estaba como eternizado, se dislocó y regeometrizó en otra figura.

De Giammatei hablaremos más adelante. De momento, nos centraremos en la figura de Harold Caballeros, conocido líder espiritual, fundador de la iglesia el Shaddai, que se apartó de sus funciones religiosas para poder convertirse en hombre de estado. Jurídicamente, el imperativo laico así lo exige. Tiempo y agenda igualmente lo demandan. Y tiempo es lo que Caballeros no tiene. Aún debe ir a cazar firmas, estructurar la campaña, explayar la red proseletista… El partido VIVA llevará seis años de ser creado, pero su existencia real, pública, estratégica, es infinitesimal, tanto así que no es seguro que aglutine siquiera el voto evangélico (la comunidad evangélica es pródiga en divisiones), para no hablar del católico.

Caballeros sostiene que conoce perfectamente cuál es la distinción entre iglesia y estado. ¿Pero, aún así, no es ésta sólo una afirmación nominal? No deja de preocupar que este hombre, habiendo adquirido tanto poder en una esfera de la existencia, lo busque ahora en otra. ¿Sería excesivo titular semejante postura de totalitaria?

No, si se toma en cuenta que el totalitarismo tiene grados y niveles. Lamentablemente, cuando hablamos de totalitarismo generalmente hacemos referencia al hombre del bigotillo y la svástica, lo cuál radicaliza el concepto, y lo vuelve de esa suerte inoperante. Y, por otro lado, confundimos lo totalitario con el ejercicio simultáneo del poder en territorios diferenciados de la existencia, cuando en realidad puede muy bien poseer un carácter sucesivo, y recolectar por igual, gradualmente, el contenido general de las conciencias.

Quizá, para no incurrir en diatribas agotadoras, habría que hablar del integrismo protestante, que en este caso busca asertivamente la coalición tanto de los medios de comunicación, el poder estatal, y el poder religioso.

Puede parecer que tengo un prejuicio contra el señor Caballeros. La verdad es que le tengo mucho respeto, y en un sentido estoy muy feliz de que se incorpore a las elecciones. Pero allí está, justamente: hay que separar las cosas.


(Columna publicada el 13 de enero de 2007.)

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