Réquiem por VIVA

Es verdad que fui crítico inicialmente con la incursión de Caballeros en las elecciones, pero ahora de un modo lamento su ausencia.

La carrera presidencial tiene eso de gordo –lerdo– golem que los partidos van probando erguir cada cuatro años, a fuerza de conjuro y propaganda; cada uno dando un soplo, un mecanismo, un engranaje, a esta pesada criatura, en cuyo pecho late un corazón de vehementes zanates, y los ojos como acaso los describiera Borges: “Sus ojos, menos de hombre que de perro/ Y harto menos de perro que de cosa”.

Con la desaparición de Caballeros, el frankenstein nos quedó, aparte de feo, un poco cuto.

De Harold Caballeros puedo decir que me gustó que su propaganda en un principio no incluyera su rostro (una propaganda sobria y luminosa, a diferencia de otras, sustentadas en el peor ánimo de protagonizar y en el mal gusto). Esta discreción hablaba bastante bien de él. Y cuando finalmente se puso a sí mismo en las vallas, vimos a un hombre sonriente y franco (cosa que los otros –aún remachando– no supieron simular).

Caballeros, cuando habla de su partido (cuyo nombre me parece fulminante, después de todo hay tremendísimo contraste entre un partido que se llama VIVA y un partido que se llama GANA, si me doy a entender), cuando habla de su partido, entonces, habla de una escultura a tallar en los próximos cincuenta años. Hay algo de insólito y aliviante –por completamente desquiciado– en este énfasis largoplacista, sobre todo porque apenas si los demás partidos saben qué van a hacer en el próximo cuarto de hora (lo cuál no es siquiera destello warholiano, y menos lucida improvisación; decirlo así equivaldría a insultar a Charlie Parker).

VIVA sigue trabajando, aunque naturalmente sin la presidencia ya no es igual. Un réquiem momentáneo para este proyecto que vino a remodelar nuestro horizonte político, insuflándole oxígeno y probidad. Pero ya veremos a Caballeros en cuatro años, cuando un nuevo golem vuelva a nacer.


(Columna publicada el 28 de julio de 2007.)

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