Los abades negros

El asunto de los salvadoreños se aceleró grotescamente. Con la implicación del Dinc –cuya genealogía se remonta a la mítica Judicial, pasando por el SIC, instituciones todas de probados asesinos– esto ya se había convertido en una angustia nacional. Imagino a esos abades negros de la noche homicida, surcando la carretera tras sus víctimas… Y éstas, muertas en condiciones particularmente oprobiosas (tuve a un amigo que liquidaron similarmente –lo cuál deja, créanme, una secuela muy fría en el espinazo…) Pero luego la ejecución –liminar, previa a cualquier declaración orientadora– de los mismos asesinados nos sumerge a todos en un clima de desesperación, y enrarece –significativamente, diría yo– las venideras elecciones. Es lo que faltaba al gobierno de Berger para quebrarse, por el lado de la seguridad pública. La última imagen que tendremos de Berger será desconfiada y amarga.

¿Cómo escogen a estos policías, me pregunto? Ramas organizadas como el Dinc deberían ser sometidas a un proceso de vigilancia periódica, como las letrinas de los restaurantes de comida rápida, en donde entran individuos de toda especie. Lo que más me impactó en un principio es la edad de algunos de los elementos que se encargaron de ajusticiar a los salvadoreños; mi edad, más o menos… Y con todo ese poder ya en las manos, como una granada de fragmentación. Por supuesto, un poder relativo. El verdadero poder lo tienen hombres más tercos, más desalmados, con suficiente injerencia en la policía, y en el sistema penitenciario, para sostener un operativo de tal envergadura, complejo, como se ha visto, construido en sucesivas fases. Es, realmente, preocupante.

El hecho de que los asesinados sean miembros del Parlacen, y extranjeros (es de esperar antiguas tensiones entre vecinos), le va poniendo a todo el relato un acento de thriller político sin fondo ni luz.

Nuestras viejas miserias no han desaparecido. No desaparecerán nunca. De la boca de los fusiles de ataque especializados salen susurros, que los abades muertos escuchan…


(Columna publicada el 3 de marzo de 2007.)

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