Las joyas perdidas
En realidad, pueden suceder dos cosas con estos archivos. Escenario uno (y óptimo): los grupos de derechos humanos (por ejemplo) costean una lectura seria de los mismos, esto es: otros documentos son creados a partir de estos documentos (libros, textos audiovisuales, ensayos, artículos periodísticos, etcétera: interpretación, multiplicación, mitosis, regeneración del organismo), mientras se emprenden acciones legales contra los criminales de la institución (validando la información como fuente de acción moral).
El escenario dos es el escenario de siempre: la pereza, la progresiva indiferencia, la nada decantada. Que los documentos terminen sin pena ni gloria en el Archivo General de Centroamérica, sin apenas nadie que los lea o se interese por ellos.
En ese sentido, los ciudadanos guatemaltecos tenemos que hacer un contrato con este hallazgo: un contrato de vigilancia. Revisar periódicamente qué es lo que está pasando con los documentos, y a partir de allí hacer observaciones, sugerir, reclamar. Pero hay ladrones siempre recientes de noche hurgando por vigésima cuarta vez en nuestros aposentos, buscando algo qué llevarse. Un proceso muy parecido al que sufren las estelas mayas: ya saben, saqueadores que las roban, mutilándolas con motosierras, y sacrificando en el acto valiosa información acerca del pasado (la extenuación y pérdida del pasado es una condición del contrabando de antigüedades, y de la corrupción en general).
La pregunta es: ¿hemos comprado ya una “caja fuerte”? ¿Cuáles son nuestros mecanismos de conservación? ¿Qué tan resistentes son estos mecanismos? ¿Qué tan notables arqueólogos somos?
(Columna publicada el 23 de julio de 2005.)
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