Raúl de la Horra
Con gran alegría me he enterado que ha sido Raúl de la Horra el ganador de los Juegos Florales en la rama de cuento.
Lo conocí, supongo, a través de Luis Aceituno, que lo conoció, supongo, en Francia. Allí vivieron ambos muchos años, renovando otoños. Pero los otoños son cada vez más difíciles de renovar en las Europas. Incluso es más fácil calibrarte un operativo terrorista en uno de los tramos del metro y desaparecer que agenciarte una nueva carte de séjour.
Lo cuál no justifica el regreso. Imaginen: después de 28 años. ¿Qué pulsiones necrológicas lo hicieron perder de tal manera la cabeza? ¿Por qué no insistió más bien en quedarse? ¿Cómo es posible este súbito arranque de masoquismo? Son todas preguntas, a mi parecer, válidas. El asunto es que se vino, puso su consultorio (porque aparte de escritor, es psicólogo, el muy enfermo) y ahora ayuda a otras personas a solventar sus desaliños mentales. Pero me parece que la terapia es él quién la necesita, porque todavía no se adapta a este país tan lleno de incongruencias, y tan lejos de la cultura que seguramente allá desborda por las alcantarillas. Sí, para Raúl la experiencia de volver fue del todo muy traumática. Un columnista argentino habla siempre de Guatelinda. Yo prefiero hablar de Guatesádica.
A nosotros, tanto desencanto nos conviene, tanto deambular en las arenas del pesimismo. Es decir: Raúl lleva consigo la suficiente oscuridad y el cinismo suficientes como para decir un par de cosas interesantes, penetrantes, y ruines. Por eso lo queremos. Y porque sabemos que detrás de tanto odio tan bien escrito, hay un ingenuo deseo, un casto anhelo de libertad.
Es un hombre muy leído, muy sabedor de cosas de cine, de arte, un intelectual, talvez. Su primera novela lleva por título Se acabó la fiesta, ganadora en 1995 del Premio de Novela Mario Monteforte Toledo. También ganó el ya fenecido pero en su momento importante certamen de cuento Bancafé/El Periódico, en el año 1992.
Felicitaciones, Raúl.
(Columna publicada el 20 de agosto de 2005.)
Lo conocí, supongo, a través de Luis Aceituno, que lo conoció, supongo, en Francia. Allí vivieron ambos muchos años, renovando otoños. Pero los otoños son cada vez más difíciles de renovar en las Europas. Incluso es más fácil calibrarte un operativo terrorista en uno de los tramos del metro y desaparecer que agenciarte una nueva carte de séjour.
Lo cuál no justifica el regreso. Imaginen: después de 28 años. ¿Qué pulsiones necrológicas lo hicieron perder de tal manera la cabeza? ¿Por qué no insistió más bien en quedarse? ¿Cómo es posible este súbito arranque de masoquismo? Son todas preguntas, a mi parecer, válidas. El asunto es que se vino, puso su consultorio (porque aparte de escritor, es psicólogo, el muy enfermo) y ahora ayuda a otras personas a solventar sus desaliños mentales. Pero me parece que la terapia es él quién la necesita, porque todavía no se adapta a este país tan lleno de incongruencias, y tan lejos de la cultura que seguramente allá desborda por las alcantarillas. Sí, para Raúl la experiencia de volver fue del todo muy traumática. Un columnista argentino habla siempre de Guatelinda. Yo prefiero hablar de Guatesádica.
A nosotros, tanto desencanto nos conviene, tanto deambular en las arenas del pesimismo. Es decir: Raúl lleva consigo la suficiente oscuridad y el cinismo suficientes como para decir un par de cosas interesantes, penetrantes, y ruines. Por eso lo queremos. Y porque sabemos que detrás de tanto odio tan bien escrito, hay un ingenuo deseo, un casto anhelo de libertad.
Es un hombre muy leído, muy sabedor de cosas de cine, de arte, un intelectual, talvez. Su primera novela lleva por título Se acabó la fiesta, ganadora en 1995 del Premio de Novela Mario Monteforte Toledo. También ganó el ya fenecido pero en su momento importante certamen de cuento Bancafé/El Periódico, en el año 1992.
Felicitaciones, Raúl.
(Columna publicada el 20 de agosto de 2005.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario