Brújula
En apariencia, se trata de un mismo fenómeno. Pero sólo en tanto que reacción a un statu quo que ya no daba para más. Normal, hasta cierto punto, que la brújula cambiara bruscamente de dirección, rechazando un norte que no rechaza los siguientes adjetivos: oficial, forzado, apariencial… de probeta, vaya.
Hay un cierto sentido de cohesión, claro, en todo esto, pero en sentido negativo: las democracias de posguerra sufrieron una crisis de agotamiento general, y la izquierda asumió el espacio con cierta naturalidad. No es una conquista. Es como ocupar una ciudad vacía. Voluntario, sí, orgánico, también, pero ¿es producto de una madurez social, riesgo calculado?
Otra pregunta viene a ser: ¿hasta qué punto la vieja izquierda, la que se enroló en sueños de revolución y guerrillas ardientes está involucrada en este nuevo escenario? De la respuesta a esta pregunta depende todo. Hasta que no contestemos satisfactoriamente no podremos acercarnos con optimismo al fenómeno. ¿Qué clase de comunicación se establece entre las llamadas “dos izquierdas”, qué puentes se están gestando?
Por último: aún no termina de deslindarse un socialismo claro del populismo brumoso y beato que bulle en el continente. ¿Qué pasará cuando los errores empiecen a brotar? (Y brotarán.) ¿Qué pasará cuando estos presidentes no hagan bien su tarea? ¿Estamos preparados para tal frustración? La frustración podría hacer girar de nuevo la brújula, incluso con cierta violencia. Antiguos poderes podrían aprovecharse de ello, con el argumento más venenoso de todos: “Se los dije”.
(Columna publicada el 11 de febrero de 2006.)
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