Espíritu de Pontificación
El frío es una conversación larga entre las costillas. En las calles cercanas al parque un hombre ha tomado una resolución, pero antes de cruzar la esquina, ha olvidado cuál era. Una jauría de preocupaciones le ha caído encima, con ímpetu depredador.
Lo más contestatario que se puede hacer a estas alturas es decirle al Espíritu de la Pontificación, del Juicio, de la Opinión Estática, Criatura de las Cuchillas Filosas, que se vaya a otro lado, que no es bien recibida, que por una vez silencio.
Con esto en mente, apresuro el paso, me acerco al hombre, que lleva en la cabeza una compilación de terrores ancestrales (llamados: Cuentas por Pagar, Hijo Rebelde, Incertidumbre Cósmica) y le susurro algo al oído, extractando frases de sermones famosos. El hombre parece calmarse un poco. Es Navidad, le digo. Vamos, le digo. La estética de la calle acumula polvos que boxean en las cornisas. Y el frío. Hay un frío pomposo, engreído, que se aplasta sin más sobre la biografía edilicia de Quetzaltenango… Invito al hombre a tomar un café. El Espíritu de la Pontificación se retuerce en las mazmorras. De momento estamos bien, el hombre y yo, hablamos como si nos conociéramos desde hace siglos. Nada ni nadie tiene la culpa de nada. Las cosas son duras, pero más que duran, son. Son a secas, es decir. Es lo único que importa.
Hasta que el hombre recuerda una vieja culpa histérica, y se ensombrece. Otra vez, la jauría de preocupaciones lo asalta, el Espíritu de la Pontificación aprovecha para escaparse de su cárcel, y el hombre sale del café, murmurando lo ininteligible. No puedo retenerlo.
¡Maldito Espíritu de la Pontíficación!
(Columna publicada el 24 de diciembre de 2005.)
(Nota: Qué columna más extraña, por Dios.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario