Loco/Santo
Me parece, y me lo ha parecido así desde hace un tiempo ya, que la única manera de nombrar sin engaño es por medio de la poesía. La poesía es una baraja justa. Y sin embargo éstos no son buenos tiempos para la poesía. Hay una caza de brujas general, nocturna, una ignorancia gigantesca posada sobre las cosas. Hemos ingresado todos a una locura de eones mediocres. Podríamos llamarle a esta comedia: La Progresiva Mediocrización de los Eones. La poesía, muy razonablemente, ha optado por esconderse en un cerebro que está enterrado en un rincón incierto en lo más alto y remoto de los Cuchumatanes. ¿Quién será ese monje–escritor que va a sacar a la poesía de allí, con palabras dulces?
¿Seré yo, maestro?
Cuánta tensión. Cuánta espera. Es como estar en un mal viaje de hongos mágicos. Sí, sí. Parece que la única manera de alcanzar un cierto grado de placer en este mundo de carreteras muertas es volverse un Desenterrador de Cerebros. No es un mal designio, en año nuevo. Volver a comulgar con los flujos genitales de la poesía, cuando ya todo lo demás ha fracasado, cuando ya nada compensa, ni recompensa. Esta fe me hace santo. Esta locura me hace loco.
Con esta columna empiezo mi peregrinaje al Lugar de las Espinas Frías. Pero yo no les pienso traer nada a ustedes de la montaña. Tendrán que ir por cuenta propia. Es la única manera. ¿Seré yo, maestro? El maestro no sabe cómo me llamo, sospecho. O acaso estoy muerto yo también.
(Columna publicada el 31 de diciembre de 2005.)
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