Mi amigo el Tiro
El Tiro –bala, proyectil, efecto fustigante y adverso– está buscándome desde hace años, para matarme.
Lo he visto en tres ocasiones ya, pero me he logrado escapar durante todo este tiempo. Precisión es su credo. Y con todo sigo libre.
El Tiro no tiene dueño, simplemente vuela por los aires. Aunque a veces se introduce en la tolva de algún potencial asesino, provisionalmente, quedándose quieto, quietecito (y en tales momentos espera, es paciente, confía, reza, sueña calladamente con cumplir su destino, que consiste en, ya lo dijimos, liquidarme), luego vuelve a aparecer, borracho de velocidad y muerte, con autosuficiencia mortal.
El Tiro nunca se frustra. Su persistencia devota no se lo autoriza. Ha viajado por regiones, superficies, dimensiones, en busca de mi materia cerebral, de mi pecho, de mis vísceras, cualquier lugar que garantice el éxito de su misión. Por fortuna, ninguna parte de mi cuerpo ha hospedado aún su hirviente propósito. Toda mi morfología crepita de terror cuando pienso en el Tiro. En las noches no duermo, pensando que el Tiro serpentea en algún lugar de la ciudad, pivota, recolecta información, me busca, con su olfato superdesarrollado.
Ha formado millones de túneles en el aire, trayectorias, vectores incesantes, geometrías. No hay rincón en dónde no me haya buscado.
Un par de veces se ha confundido: por error ha matado a alguien más. Cuando esto sucede, sencillamente opta por salirse del cuerpo equivocado (pero tan parecido al mío) como quién sale de un Burger King, y sigue tranquilamente su ruta. El Tiro no tiene escrúpulos. Por favor: ¿quién puede zamparle un tiro al Tiro?
(Columna publicada el 29 de octubre de 2005.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario