Sobre el SIDA
El SIDA arrasa particularmente en el Tercer Mundo: está, de un modo monstruoso, en el África. Hay que ver a tantos millones de africanos, saltimbanquis sin más trapecio que el vacío, en caída rectilínea hacia el olvido, con sus rostros blancos y céreos, y sus cuencas llenas de sangre enferma. Está, de un modo monstruoso, en Guatemala, en dónde los guatemaltecos ignoran las cifras reales, el alcance real de esta enfermedad. Si pudiéramos ver esta enfermedad como quién mira una de esas imágenes térmicas infrarrojas, andaríamos gritando por las calles, presos de un terror sin límites. Es decir: saltaríamos desde las cornisas, como animales rabiosos.
Que en paz descansen los muertos de SIDA. Que en paz descasemos todos, para el caso, es igual: estamos muertos de indiferencia, discriminación, y soberbia moral. Puesto que el SIDA es una realidad que se define en nuestras cabezas, con nuestras decisiones y creencias, somos directamente responsables de la manera que el SIDA se dilata. Tanto si prohibimos el condón, como si alimentamos la estética de la promiscuidad, somos responsables.
(Columna publicada el 10 de diciembre de 2005.)
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