El regreso de los demócratas
De algún tiempo a esta parte, el yugo republicano se ha eternizado en mi mente, provocando espasmos de escepticismo, grumos cancerosos de resignación, el colapso general de la esperanza.
Para mi sorpresa, el regreso de los demócratas al Congreso vino a remozar algo en mí. Digo para mi sorpresa, porque no me considero formalmente parte de la hinchada demócrata. Pero a estas alturas cualquier cambio en el statu quo ya es ganancia, parece. ¿Puede haber algo más monstruoso que los pasados seis años? Ni siquiera Hunter S. Thompson, que lo vivió todo, que vivió a Nixon, por el amor de Dios, toleró semejante oprobio: se incardinó un plomazo en la cocina de su casa, y en la cabeza, plomazo que todavía resuena alegremente en nuestros oídos.
En fin, han vuelto los demócratas al Congreso, luego de doce años en exilio de oposición, con una mujer además, Nancy Pelosi, siendo Presidenta de la Cámara de Representantes (y Hillary Clinton en NY). Esto ha sucedido en torno a una poderosa deflagración en torno al tema de Irak, la dimisión de Rumsfield, un rechazo a todos los lenguajes oficiales. Hace un año las cosas pintaban de otra manera.
¿Podrán los vencedores desmantelar el constructo republicano? ¿Quieren, de hecho, hacerlo? Esta entrega, esta pasión de confianza del pueblo norteamericano, esta claridad quirúrgica y política que les posibilitó a los demócratas las dos Cámaras, no debe ser traicionada, o los daños serán fatales.
Los latinos, por supuesto, están contentos con este cambio de escenario. Así por ejemplo los mexicanos, que han visto con recelo las medidas republicanas en torno a la inmigración. En otros tiempos, Whitman escribía de su tierra: “¡Refrescada por las brisas mejicanas!”. Esas brisas mejicanas colapsan contra un muro cada vez más alto, más inhumano.
(Columna publicada el 25 de noviembre de 2006.)
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