La caída de la casa Bancafé


Hay un cuento de Edgar Poe que me ha fascinado desde que tengo diez años; me refiero a La caída de la casa Usher. Momento escalofriante cuando se abre la puerta con el viento impetuoso, y aparece la ensangrentada Lady Madeline Usher, para caer a los pies de su hermano enloquecido.

La historia de Poe no deja de tener cierto parecido con el reciente descalabro de Bancafé. En principio, ha dejado blanco a sus clientes, que ahora, como el narrador del cuento, huirán de su casa bancaria, mientras ésta se derrumba con megalítico estruendo.

Sin embargo, si bien hay parecidos entre el relato y nuestra realidad financiera, también hay matices diferenciadores que conviene señalar. Por ejemplo, en el cuento, el narrador comienza a recibir señales de que algo anormal está sucediendo, lo cuál en el caso de Bancafé no se cumplió exactamente igual. Rumores de compraventa los hubo, es cierto, pero a un nivel tan críptico y controlado que nunca trascendieron a la dimensión pública. Entre la casa Usher y la casa Bancafé hay otra distinción brutal: aquella era un antro oscuro, por dónde gases ominosos humeaban, y todo estaba como muerto, y sufría de una especie de atonía general; en Bancafé en cambio la limpieza era impecable, los pisos eran espejos, obras de arte fabulosas colgaban de las paredes, y había una poderosa asepsia y la estructura toda estaba diseñada para dar un sentido de seguridad inquebrantable, de limpieza o transparencia telemáticas.

Lo que no ha impedido que el edificio se venga igual a pedazos. La página web ni siquiera está en funcionamiento, y como se sabe, las puertas han permanecido mudas ante la desesperación de los cuentahabientes, que a lo mejor ya no irán de vacaciones a Barbados este año, luego de tan amargo trago, y posiblemente no querrán saber nada del infortunado Guayo González, que ya está gritando, como el propio Roderick Usher, desde su demencia: ¡Insensato! ¡La enterramos viva en su tumba!

(Columna publicada el 28 de octubre de 2006.)

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