Lula no es Chávez
Chávez. El suyo es un gobierno que produce más y más incomodidad, y se podría decir sin temor a equivocaciones que su gobierno depende de tal incomodidad para existir. Su discurso es incendiario, dinamitero. Un líder político que necesita de su oposición para ser quién es. Asimismo, Chávez ha utilizado la economía como plataforma ideológica y el petróleo como mercancía política (Centroamérica el ejemplo rutilante). Mucho del poder que detenta no es intrínseco a su persona, sino es el poder de Venezuela –el crudo– utilizado de manera arbitraria para fijar las fronteras de su ideología. Chávez es una personalidad, en el peor sentido de la expresión.
No es el caso de Lula. Si han reelegido a este ex sindicalista, para regocijo del Partido de los Trabajadores, por encima del contendiente Geraldo Alckmin, es porque existe en el Brasil un sentimiento más o menos formal de consentimiento (60,82% en los comicios, más de 23 millones de votos de diferencia, aunque contrariamente a lo que se pensaba, bien hizo falta una segunda vuelta). Hay en Lula una cierta disposición a no revolver las cosas, y por las cosas se entiende las cosas económicas, que le auspiciaron bastante (aunque los expertos aseguran que no por mérito personal, sin por razones globales). La confianza no le hace perder la cabeza (el caso de Obrador en México, que empezó en un lugar y terminó en la cuneta). De Lula se puede decir que tiene una sonrisa y un carisma que aclimatan. En las fotos surge siempre bonachón. A los bonachones se les mira con confort, nunca obsesivamente. Por supuesto, si Alckmin fuera Chávez (y justamente no lo es) a lo mejor las elecciones en Brasil hubiesen alcanzado espacios más notorios en los periódicos planetarios.
Por de pronto, y hasta el 2010, Lula sigue en el poder. ¿Hasta cuándo Chávez?
(Columna publicada el 4 de noviembre de 2006.)
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