Las gárgolas


Un montón de vallas feas como gárgolas… Los partidos políticos han empezado ya su campaña política, sin pedirnos permiso.

Si hay algo en el planeta que debe ser vigilado, regulado, calibrado, formateado, auditado, definido, es el proselitismo preelectoral. En realidad, no importa que el espectador esté conciente de la argucia: igual la misma sigue teniendo un efecto sobre su conciencia.

Lo peor del caso es que esta prepublicidad está directamente ligada a la captación de fondos electorales, que es la otra vena oscura de la carrera presidencial, puesto que los contendientes buscan formar una atmósfera mística de confiabilidad para que los empresarios inviertan en ellos.

Se puede pensar que se trata de un proceso que genera su autodepuración, que ofrece su propia purga interior, puesto que en teoría unos partidos políticos están en constante vigilancia unos de otros, pero en la realidad lo que hay es una tendencia general a la promoción prematura, un consenso subterráneo.

Otra cosa preocupante es que si los partidos están ya en el paso de la publicidad, es porque están quemando etapas. La publicidad debería de ser la consecuencia lógica de un trabajo formal de partido –un trabajo de bases– pero aquí más bien la publicidad se presenta como un salvoconducto prodigioso, en el fondo irresponsable.

Tanta anticipación nos acerca de manera irreal –una especie de ilusión óptica– al umbral de las elecciones. Lo que a menudo están personas no saben es que esta clase de prácticas, en lugar de informar el futuro, generan secuencias caóticas, imprevisibles. Se sabe que la precocidad electoral irrita a los electores. Los presidenciables son las primeras víctimas de su antelación.

El silencio es muy importante en toda democracia que se precie de serlo. Necesitamos callar las voces para oír la voz clara de la conciencia.


(Columna publicada el 27 de mayo de 2006.)

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