La cobardía sirvió de excusa al heroísmo y el heroísmo a la carnicería. Cinco años después del 11 de septiembre, las imágenes de los edificios han ido perdiendo su intensidad, como fotogramas pasados de moda. A Bush y asesores les cuesta más y más reactualizar el brío que les permitió en su momento establecer un gobierno de guerra. Pero se divirtieron bastante. Lo que se dice hacer leña de árboles caídos. La guerra como servicio público. Para lograr sus objetivos, inventaron un escabroso, aunque completamente intangible, “bogeyman”, que nos está costando siglos de civilización. (El concepto de bogeyman no es mío, sino de J.G. Ballard, quien comentó en una entrevista de radio, mucho antes del 11/S, en 1993 para ser exactos: “El mundo Árabe, el mundo Musulmán, podrá bien tomar el lugar del mundo Comunista como el gran bogeyman del futuro”). Mal enmienda le hicieron al pueblo estadounidense sus servidores públicos. Y a Nueva York… Pero Nueva York es una ciudad prodigiosa, una civilización por derecho propio. Estuve allí hace poco, vi a los neoyorquinos trabajar por las mañanas… No creo que estén en negación... Saben de las correntadas de miedo y paranoia que brotan del inconsciente de la urbe, aerofagia pestilente, tensando las banderas de oscuros patriotas, banderas que se hacen vez más y más grandes, y terminarán por cubrir el globo entero. Pero el 11 de septiembre es ya de todos, y todos tenemos derecho a estar en la Zona Cero; es nuestro derecho también a hacer catarsis; a expulsar esta locura sin sentido. Estos landmarks históricos son universales, y el universo debería ser quién elija el destino simbólico de los mismos, y no apenas una nación, aunque ésta sea la principal afectada. No es coincidencia alguna de que la inmigración masiva y la hiperangustia del terrorismo surjan al mismo tiempo. En verdad, el mundo se está humanizando, o el humano se está mundializando. Pero el ser humano no es ángel alguno, aunque caiga del cielo, sobre las torres gemelas.
(Columna publicada el 16 de septiembre de 2006.)
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